Paysandú, Domingo 06 de Julio de 2008
Opinion | 01 Jul Si bien la perspectiva que da el tiempo hace que parezca muy lejano aquel 1º de julio de 1910, hace prácticamente un siglo, la reafirmación que año a año hacemos de nuestro compromiso periodístico con la defensa de Paysandú nos encuentra con desafíos renovados y en muchos casos tan vigentes como el primer día en que EL TELEGRAFO salió a la calle.
Aquella aventura que emprendieron Angel M. Carotini y Miguel A. Baccaro fue un sino de los tiempos en que el factor humano era casi todo en la confección artesanal de la iniciativa periodística, como en tantos órdenes de la vida, que marcó a fuego la actitud de aquel Paysandú que vivía de frente y no de espaldas al río, por donde llegaba y salía gran parte de la riqueza del terruño.
Es cierto, aquel diario era símbolo del Paysandú laborioso, de la destreza manual que siempre caracterizó a los sanduceros, y llegaba en aquel lejano 1º de julio el primer ejemplar de EL TELEGRAFO llegaba con su pluma inquieta, que ha reflejado desde entonces el palpitar de una comunidad surgida de una diversidad de vertientes, pero que ha sabido unirse en el esfuerzo para obtener conquistas en aras del interés general.
Permítasenos pecar de inmodestos al sostener que en nuestro diario hemos podido recoger, con aciertos aunque no exentos de errores, aquel espíritu de Paysandú tan caro a los hijos de este solar que hicieron y participaron en la dinámica comercial e industrial, con el río como factor de desarrollo e instrumento diferencial para la pujanza sanducera.
Esta fue la base para que en la segunda mitad del siglo XX naciera la explosión industrial, un verdadero polo de desarrollo ubicado al Norte del río Negro, a 400 kilómetros de Montevideo, desde siempre epicentro del país a partir del centralismo que ha gobernado el Uruguay sin solución de continuidad, y mantenido incólume más allá del partido que ejerciera el poder.
Aquel Paysandú industrial nos tuvo como copartícipes, felizmente, por acción directa o por acompañar en la idea la cruzada que llevaron adelante hombres que dejaron huella indeleble en el tiempo, y a que a más de 50 años de aquella visionaria actitud, uniendo verbo y acción, siguen siendo ejemplo de esfuerzo e inspiración para las venideras generaciones.
Este festejo casi centenario que compartimos con orgullo es también un compromiso y un desafío, al ser depositarios de la llama que mantiene vivo el espíritu emprendedor de nuestros antepasados, en un mundo que no es mejor ni peor sino distinto, donde no hay tiempo para detenerse so pena de ser superados por los acontecimientos.
Cometeríamos un error si creyéramos que entonces no existían los mismos riesgos de hoy, simplemente porque tenemos la perspectiva de saber lo que ocurrió. Aquellos hombres también tuvieron incertidumbres, pero fueron decididos para afrontarlas, poniendo en juego su capital, con la visión y el trabajo para hacer realidad una idea. Es cierto, una mirada retrospectiva podría inducirnos a creer que las cosas eran más fáciles y que los logros estaban a la vuelta de la esquina. En cambio, hubo riesgos asumidos hasta contra lo que el sentido común aconsejaba en disyuntivas asimismo muy complejas.
Todo tiempo pasado fue mejor, sostiene el dicho, pero seguramente eso pensaban también nuestros padres y abuelos. En realidad, se trata de una mezcla de nostalgia y descreimiento de nuestras propias fuerzas, porque además la expresión responde a recuerdos de años jóvenes en los que la vida tenía otras perspectivas, no se sentía la fatiga y las esperanzas disimulaban esfuerzos y frustraciones.
Estamos en una era de vertiginosos avances tecnológicos y esa es seguramente la gran diferencia, por la lentitud con que se procesaban los cambios en los albores del siglo pasado, cuando la globalización y la competitividad eran desconocidas o incipientes, en un ritmo de vida muy distante de la vorágine actual. Eso también tiene sus grandes ventajas y el desafío radica en aprovecharlas al máximo, a la vez de minimizar sus aspectos negativos. En eso estamos, renovando el compromiso diario de ofrecer lo mejor a nuestros lectores, con la misma inquietud de hace un siglo, pero ya con un pasado del que enorgullecernos y que —felizmente— nos obliga a superarnos.
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