Paysandú, Domingo 06 de Julio de 2008
Opinion | 04 Jul La enorme alegría se extendió por todo el mundo y sobre todo por América Latina, al conocerse de la liberación de 15 rehenes en un impecable operativo de inteligencia del Ejército de Colombia. Más allá de la lógica expresión de solidaridad con la situación de las víctimas de varios años de inhumano secuestro por grupos terroristas que se proclaman defensores de los derechos humanos, es también la manifestación de alivio y rechazo incluido a las acciones criminales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), huérfanas de apoyo hasta entre quienes hasta hace poco eran sus incondicionales defensores.
El operativo desplegado por el Ejército colombiano en la selva de su país, para rescatar sanos y salvos a 15 de los secuestrados, incluyendo a la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt, es a la vez consecuencia de un gradual desmembramiento de una organización nacida hace cuarenta años, de carácter marxista e inspirada en la revolución cubana, que nunca tuvo predicamento popular y simplemente se desenvolvió entre su propia utopía y la delincuencia, buscando a través del secuestro de inocentes, intimidar a las poblaciones campesinas y al narcotráfico, fuentes de ingresos para subsistir con un barniz de idealismo en el que nadie cree.
Salvo, claro está, los trasnochados de siempre, como los grupos radicales de izquierda y delirantes como el presidente venezolano Hugo Chávez, quien hasta llegó a proponer internacionalmente que las Farc dejaran de ser consideradas como un grupo terrorista para pasar a la categoría de ejército beligerante, es decir un bando en lucha interna por el poder. Se le olvidó a Chávez que una cosa es la tolerancia y otra creer que los demás son tontos, desde que no hay verborragia que pueda encubrir que la organización que defiende es lisa y llanamente un grupo terrorista que se nutre del narcotráfico, la extorsión y la intimidación de los más débiles para hacerse de medios con los que mantener en pie de guerra a un país que aspira a reencontrarse con la paz y la búsqueda del desarrollo en democracia. Al darse cuenta del unánime rechazo internacional a su propuesta, el mandatario venezolano hizo una pirueta que desacomodó hasta a sus más fieles seguidores, y sostuvo, con buen olfato esta vez, que los guerrilleros debían liberar a todos sus rehenes, porque la acción revolucionaria sobre esos parámetros no tiene razón de ser en esta época, y además favorece la penetración del imperialismo en América Latina. Estas reflexiones, encima de tardías, cayeron en saco roto, al provenir además de un gobernante que no solo estuvo apoyando a la guerrilla por la vía del discurso, sino que habría documentación probatoria de ayuda material significativa del régimen venezolano a las Farc, pese al desmentido del mandatario caribeño.
Y lo que es peor aún, como ocurre con todos los movimientos guerrilleros sin sustento popular —también fue el caso de los tupamaros en Uruguay—, lo único que logran con sus acciones es ampliar el respaldo de la opinión pública a quienes los enfrentan, lo que explica que el presidente constitucional colombiano Alvaro Uribe reciba un 80% de aprobación en su país, pese a las recurrentes diatribas y acusaciones de Chávez.
Es decir que al que no quiere caldo le dan dos tazas: Uribe, el presunto títere de Estados Unidos en la región —al decir de Chávez—, ha resultado fortalecido políticamente, y el jefe de Estado caribeño, por su lado, se desligó tarde de los compromisos públicos que asumió con las «beligerantes» Farc, a las que apostó como factor desestabilizante en Colombia. Lo mejor que podía ocurrir en este largo proceso, como sucedió, además, era que el verborrágico presidente de Venezuela estuviera totalmente al margen de la liberación de los rehenes, en una acción que pone de relieve que el grupo terrorista, huérfano de apoyo popular e internacional, ha quedado expuesto y con las piezas dispuestas para recibir por fin el jaque mate.
Eso sería una gran contribución a la pacificación en Colombia y en América Latina. Un paso adelante, además, para que la región pueda superar un penoso estigma y dejar en evidencia lo mal que le iría a los latinoamericanos que cayeran en la tontería de embarcarse detrás del liderazgo del mesiánico e imprevisible Chávez.
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