Opinion | 04 Jul «Saltamos, gritamos, lloramos y no lo podíamos creer», dijo Ingrid Betancourt tras ser rescatada luego de seis años de permanecer secuestrada por las Fuerzas Armadas evolucionarias de Colombia (Farc). Casi al unísono en todo el mundo se reaccionó con conmoción y júbilo ante la noticia de su libertad junto con la de otros 14 rehenes. La embajadora colombiana en Uruguay destacó que el éxito del operativo «Jaque» representa «el compromiso del gobierno y la inteligencia militar», además del «éxito de la discreción, la paciencia y el compromiso». Reafirmó que el gobierno de Colombia «venía haciendo estos esfuerzos sin hacer alarde y finalmente tuvo el resultado que permite festejar y celebrar».
El éxito es importante para el país y para la comunidad internacional, ya que es el triunfo de la institucionalidad, máxime en momentos en que se encontraba muy cuestionada la fortaleza gubernamental del presidente colombiano Alvaro Uribe y sobre todo porque los resultados se obtuvieron sin disparar una bala ni derramar una gota de sangre.
Es relevante que con su regreso luego de setenta y siete meses de sufrimiento, Ingrid Betancourt haya regalado a los colombianos y al mundo una señal fuerte de convocatoria a la paz. Al agradecer al presidente de su país y destacar la labor del Ejército —cuando todas las organizaciones que clamaban por su libertad exigían que no hubiera intervención militar—, la cautiva más emblemática demostró su integridad moral y el compromiso personal con su país.
Ojalá las reacciones generalizadas de felicidad logren convencer definitivamente a los guerrilleros que es unánime el rechazo contra la inhumana práctica del secuestro. El rescate de los secuestrados podrá cambiar o no el curso del conflicto armado entre las fuerzas revolucionarias y el gobierno democrático, pero sin dudas es un hecho histórico que ratifica que la fuerza de la inteligencia es la única que puede conducir el mundo hacia la paz.