Paysandú, Viernes 11 de Julio de 2008
Locales | 04 Jul De mirada firme y relato contundente, expresivo y moldeado a la vieja usanza del hombre de campo, si bien accedió a la entrevista, en todo momento se mostró reservado y cuidadoso de cada palabra que emitía. Por momentos se mostraba severo por demás, fustigando duramente al sistema.
Una leve sonrisa apenas movió sus espesos bigotes blancos, como acto de cortesía frente al visitante de turno. Cuando estreché su mano para el saludo inicial y al momento de presentarme, solo exclamó: «¡Ah, sí!, lo he escuchado por radio. Usted es el que relata básquetbol», comentó rápidamente.
Hace cuarenta años que llegó a la zona de Santa Kilda y se radicó sobre las costas del arroyo Sarandí. Arribó al lugar como colono: primero como arrendatario y luego como promitente comprador. Ahora confiesa que logró pagar la fracción con un sacrificio que mejor prefiere no recordar.
Padre de tres hijos, las dos mujeres, ya casadas, viven en Montevideo, y el varón, con él. También su esposa está a su lado y ya son abuelos. Es productor ganadero, aunque dedica parte de la actividad a la agricultura y a un pequeño emprendimiento forestal.
A sus 66 años, don Díaz Bono expresa que «como productor colono las cosas cada día son más difíciles. Estamos en un mundo donde el productor chico ha quedado a merced de los grandes capitales y lo digo en el buen sentido del término. Estos capitales están avasallando todo y el colono al único que tiene para recurrir es al Instituto Nacional de Colonización», aseveró. Mucho sacrificio y poco rédito parece resultar una ecuación que poco le preocupa a Díaz Bono, porque su convicción de vivir en el campo no le ha dejado lugar a otra opción.
«No sabemos realmente a dónde va a parar todo esto. Además, me gusta el campo y mi decisión de quedarme es porque pienso que mañana o pasado mis hijos y nietos pueden seguir con la explotación de lo que hoy produzco. Acá no se conoce lo que está pasando».
«Este lugar tiene cien mil hectáreas de colonias; es el grupo de colonos más grande que existe en el mundo. Empieza en el río Queguay y termina en la Meseta de Artigas. Hay casi seis complejos Mevir, más las unidades productivas. Existen más de quinientos kilómetros de caminería interna y unas 24 escuelas. En la zona nada pudo comprar el Instituto y nuestros jóvenes cada vez tienen menos tierra para producir. Además, de qué Uruguay productivo me hablan, si para poder hacer una pradera hay que empezar por conseguir los siete mil y pico de pesos para arrancar. Necesitamos producir mucho en muy poco territorio. No fue lo que yo aprendí a hacer por allá por 1966. Además, aquella filosofía de trabajo se perdió». Recuerda que los mejores momentos fueron cuando pudo saldar la deuda y pagar el campo. «Los años de la dictadura fueron los tiempos más difíciles», comenta. Díaz Bono afirma que «los medios de comu- nicación como la radio y televisión, a través de los noticieros, apenas exponen una pequeña parte de lo que nosotros vivimos acá. Con el agregado de que por estos lados los diarios no llegan», sentenció.
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