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Paysandú, Sábado 12 de Julio de 2008

A 100 años del impacto de un meteorito de Tunguska

Locales | 06 Jul En la mañana del 30 de junio de 1908 todo estaba tranquilo en la fría Tundra siberiana. A las 7 y 17, uno de los pocos pobladores de una zona casi desértica se encontraba en el porche de su casa cuando un inmenso calor incendió su ropa mientras una onda expansiva lo hacía volar por los aires varios metros, sin previo aviso. Sin saberlo, este campesino ruso se transformaba así en testigo del único impacto de meteorito de gran tamaño registrado sobre la Tierra en tiempos modernos, a solo 40 kilómetros de distancia de donde él se encontraba.
Sin embargo, los científicos tardaron treinta años en analizar el sitio, dado que por aquellos tiempos Rusia vivía momentos de gran incertidumbre política debido a constantes revoluciones internas, que terminaron con la conformación de la Unión Soviética en 1918. Recién en 1921, una expedición encabezada por el curador de la colección de meteoritos del museo de St. Petersburgo, Leonid Kulik, se hizo presente para registrar las primeras tomas fotográficas del terreno diezmado por la explosión derivada del impacto contra la atmósfera, donde el objeto se desintegró antes de llegar a la superficie. Los testigos de hecho se mostraron reticentes a contar lo sucedido aquella mañana, 21 años antes, dado que creían que se trató de la obra del dios Ogdy, que en su furia destruyó los bosques y mató sus animales.
Pero la posición en que quedaron estos árboles, aún en el piso, guardaba importante información de lo que había sucedido: todos estaban tendidos en una misma dirección, como tumbados por una gran ola. Sin embargo, en el centro mismo del impacto se mantenían en pie, aunque chamuscados y completamente desprovistos de ramas, dando un aspecto similar a postes de teléfono. Allí la onda expansiva había impactado en forma cenital, por lo que no los volteó. Esta imagen se volvió a ver en otro lugar 37 años más tarde en un punto muy diferente del planeta, aunque por otras causas: la bomba atómica sobre Hiroshima.
Pero en Tunguska la explosión, aunque no dejó rastros radioactivos dada su naturaleza, fue mucho más fuerte. En base a la evidencia recolectada en el terreno los científicos llegaron a la conclusión de que la onda expansiva fue producida por una explosión equivalente a 183 bombas atómicas como la que lanzara el bombardero B-29 «Enola Gay» sobre Japón en 1945, y la deflagración se produjo a nueve mil metros de altura.
Un testigo del impacto recordó: «De repente el cielo se partió en dos hacia el Norte, y sobre el bosque a gran altura el área más norteña estaba cubierta de fuego... En ese instante se sintió el sonido de un disparo, como producido por un tremendo choque. El choque fue precedido por ruidos como de piedras cayendo del cielo, o disparos de arma de fuego. La tierra tembló».
En lugares tan lejanos como Inglaterra los sismógrafos registraron el evento, y una densa nube de polvo que se pudo apreciar por toda Asia cubrió el cielo local destruyendo las cosechas de los campesinos.
Cien años más tarde, la teoría más aceptada de lo que pasó esa mañana es que una roca de unos cuarenta metros de diámetro que viajaba por el espacio a 54.000 kilómetros por hora golpeó la atmósfera terrestre. La fricción contra los gases que la componen hizo que el meteoro alcanzara temperaturas de más de 25.000 ºC, evaporándolo antes de tocar tierra y liberando una energía equivalente a 183 bombas atómicas como la de Hiroshima. Por ese motivo no dejó ningún cráter, dado que se consumió antes de impactar sobre el suelo.
Según estadísticas manejadas por los científicos, eventos como estos ocurren cada 300 años, aunque eso no significa que no volverá a producirse en otro punto del planeta por los próximos 200 años, dado el carácter aleatorio de estos fenómenos.
Tunguska nos recuerda lo expuestos que estamos ante los eventos que vienen del espacio. Este meteorito era de un tamaño menor comparado con la infinidad de rocas invisibles que deambulan por el espacio interplanetario, y de producirse un impacto como ese en una zona más poblada la catástrofe sería inevitable.


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