Paysandú, Domingo 13 de Julio de 2008
Opinion | 10 Jul Desde su semiretiro, el líder cubano Fidel Casro, dictador durante medio siglo de la isla caribeña, sostuvo en un artículo publicado por la prensa oficial de su país de partido único, que el secuestro de la recientemente liberada Ingrid Betancour, por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), era «cruel» y redoblando su concepto, instó al movimiento terrorista a liberar a todos los rehenes que todavía tiene en su poder y dialogar.
Eso sí, distanciándose de las recomendaciones de su colega venezolano Hugo Chávez consideró que no hay necesidad de deponer las armas ni aceptar la «paz romana» que quiere «imponer» Estados Unidos en la región.
El ex mandatario de 82 años dijo que «si algo me atrevo a sugerir a los guerrilleros de las Farc es simplemente que declaren por cualquier vía a la Cruz Roja Internacional la disposición de poner en libertad a los secuestrados y prisioneros que estén en su poder, sin condición alguna».
Esta apelación de Castro es bien recibida, aunque debe evaluarse por lo menos como algo tardía: las Farc, como movimiento terrorista de extrema izquierda, fue alentado durante muchos años, como tantos otros, por el régimen castrista, con y sin apoyo logístico, y lamentablemente, recién ahora reconoce que el secuestro, la extorsión, el maltrato de prisioneros políticos, sin olvidar el narcotráfrico, merecen ser condenados, como lo hace la opinión pública internacional. Y ello ocurre provengan de grupos de extrema derecha como de izquierda, o de movimientos locales que reivindican derechos pero no vacilan en usar las armas y violentar los derechos humanos de inocentes por su «causa justa».
El ex dictador sostiene en su comentario que Ingrid Betancour y las otras 14 personas recientemente liberadas «nunca debieron ser secuestrados», pues eran «hechos objetivamente crueles», a la vez de aclarar que no está «sugiriendo a nadie que deponga las armas» (faltaba más), pues en su opinión aquellos que lo hicieron en los últimos 50 años «no sobrevivieron a la paz».
El arrepentimiento (¿lo es en realidad?) viene de quien prohijó grupos guerrilleros en América Latina durante las décadas de 1960 y 1970, apuntando a recrear en el subcontinente la revolución cubana para instalar a grupos de izquierda radical en el poder. Pareció importarle poco la «pequeña» diferencia de que mientras su movimiento nacido en Sierra Leona se alzó, con amplio respaldo popular, contra una cruenta dictadura como la de Fulgencio Batista, los grupos armados que alentó e impulsó lo hicieron contra regímenes democráticos elegidos por el pueblo de cada nación, aunque este pudiera parecer un tema menor en la óptica de quien propone un sistema de gobierno de partido único, de asambleas de manos levantadas y una burocracia gubernamental que se recicla a sí misma en el poder.
Tampoco parece importarle que los movimientos guerrilleros lo que hicieron en realidad fue desestabilizar las democracias vigentes en los respectivos países, como fue el caso de los tupamaros en Uruguay, y que entre las acciones terroristas que desarrollaron figuraron los secuestros, los asesinatos, los atentados de todo calibre, los copamientos y los robos, es decir todos delitos comunes disimulados con un barniz ideológico.
Por lo tanto las Farc no inventaron nada en estos tiempos, aunque sí perfeccionaron a grado extremo la crueldad y la extorsión, a la vez de participar activamente en el narcotráfico para obtener recursos para su «causa».
Para Castro ahora no está bien secuestrar y extorsionar, lo que evidentemente es un avance, pese a que así lo razona después de cumplir 80 años, pero todavía considera valedero que se utilicen las armas contra regímenes democráticos, con la excusa de que los gobiernos tienen la culpa por ser títeres de Estados Unidos, el que debería ser el primer agradecido entonces, porque los guerrilleros le dan la excusa que estaría buscando para intervenir.
Pero sobre todo, ve la paja en ojo ajeno quien tiene la viga en el propio, pues el régimen de Castro es todavía una dictadura con apenas algunos pequeños esbozos de libertad para sus ciudadanos, y sigue manteniendo en su cárceles a presos políticos, además de prohibir a sus ciudadanos salir de la isla, por temor de que sean tan desagradecidos que pretendan abandonar el «paraíso» cubano para llegar aún sin fuerzas y desafiando a los tiburones y al mar, al infierno capitalista de Estados Unidos. Es decir que pese a los rebusques, sigue vigente la misma mentira de siempre, repetida hasta el hartazgo, para ver si todavía cae algún incauto que no conoce la verdad de la historia.
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