Locales | 11 Jul Mientras avanzamos por las comunidades rurales y sus entornos descubrimos relatos llenos de la picardía de sus ocasionales narradores pero también claros exponentes de la idiosincrasia de quienes afirman que lo que lo relatado es definitivamente verdad. El episodio que hoy compartiremos ocurrió en un lugar del camino de Tierras Coloradas, sobre el límite departamental con Salto.
Aunque la persona que relató el hecho nos merece absoluta confianza, creer o no la historia queda a criterio del lector. Como pasa en otros casos similares, el autor solicitó reserva absoluta acerca de los nombres de los protagonistas.
En uno de esos tantos boliches de campaña, tres parroquianos, asiduos visitantes del lugar, no inquietaban a la dueña del comercio con su indiscriminada ingesta alcohólica.
Cierto día, el proveedor que cada semana reponía el espirituoso y sagrado líquido, sorprendido por la necesidad de reposición hizo un breve comentario. — Disculpe señora, pero ¿cuántos parroquianos visitan el boliche por día? — Son tres paisanos los que se pasan las horas tomando alguna cosita y jugando unos trucos mientras comparten algún tabaco, respondió. ¿Por qué me lo pregunta?
— No, simplemente porque no sé si usted ha advertido la cantidad de vino que repone por semana, comentó el viajero.
El volumen de reposición marcaba 2 damajuanas de 10 litros de vino cada una por día, lo que equivalía a 600 litros por mes, que arrojaba ni más ni menos que 7.200 litros por año, que consumían ¡tres personas!
Según comentaron algunos pobladores de la zona, uno de los protagonistas es capataz de estancia, mientras que los otros dos son peones en establecimientos cercanos.