Paysandú, Lunes 28 de Julio de 2008
Opinion | 25 Jul La volatilidad —o la inestabilidad— del presidente venezolano Hugo Chávez ya no sorprende a nadie más o menos informado, pero no puede negársele la «virtud» de que igualmente se supera y es capaz de ir más allá de límites que se creían infranqueables.
Es decir, ha podido hacer piruetas como pedir urbi et orbi que las Fuerzas Armadas Revolucionarias Armadas de Colombia (FARC) fueran reconocidas como ejército beligerante y no como grupo terrorista, pretendiendo hacer pasar gato por liebre ante sus compromisos con la guerrilla, y al poco tiempo, ante la reacción adversa internacional, cambiar radicalmente de postura y pedir a los terroristas que liberasen sin condiciones a todos los rehenes que tienen en su poder.
También pasó de insultar públicamente al presidente colombiano Alvaro Uribe, por su condición de «títere» de Estados Unidos, a reunirse con su par para limar asperezas y calificarlo de «amigo», lo que quiere decir que puede estar en un momento con Dios y al rato abrazarse con el diablo, sin remordimientos y como si fuera la cosa más natural del mundo.
Pero una cosa es el pragmatismo, con capacidad de autocrítica para reconocer errores y actuar con flexibilidad en aras del interés general, y otra muy distinta ser una veleta al viento, cayendo en continuas contradicciones y sin que se sepa a ciencia cierta cual es su verdadero pensamiento respecto a determinado tema, y mucho menos si lo va a mantener en el futuro.
En las últimas horas, el mandatario caribeño salió desesperadamente a pedir ayuda a los empresarios de su país, a los que siempre ha tratado como «oligarcas» opuestos a su inefable proyecto bolivariano, y a los que ha destratado y amenazado con nacionalización de empresas, expropiaciones, confiscación de tierras y empresas.
Ahora les pide que traigan de regreso al país los capitales que se llevaron al exterior ante ese ensañamiento, y les ha ofrecido rebajas tributarias, como si allí no hubiera pasado otra cosa.
El punto es que cuando se van los capitales, se afecta el tejido socioeconómico, y resulta harto complejo recomponerlo, aunque como en este caso, el país esté nadando en un mar del cada vez más caro petróleo.
Pero mientras ingresa tanto dinero por esta vía, Chávez ha promovido el desborde del gasto público y desestimulado la inversión privada, ha emitido moneda en forma descontrolada y ha pretendido imponer un control de precios que no le ha dado ningún resultado.
Esa situación promovida por el presidente caribeño ha generado a su vez asimetrías, porque ha lanzado a la calle montañas de dinero proveniente del petróleo, e incentivado el consumo, pero sin capacidad de producción instalada para satisfacer la demanda de la población. No puede extrañar entonces que en junio se haya llegado a una inflación que superó el 30% y afecta a los sectores de ingresos fijos.
El Estado venezolano debe importar por lo tanto alimentos básicos porque no hay quien los produzca, como es el caso del arroz y la leche, y seguramente no hay porque no existen condiciones para que alguien invierta en estos sectores.
Chávez ha hecho todo lo posible por desalentar la inversión, y ahora sufre las consecuencias de políticas equivocadas. Peor aún, ha afectado la credibilidad de sus propuestas ante los inversores, aunque ahora ofrezca el oro y el moro, por cuanto no presenta políticas consistentes y estables, y nadie sabe muy bien hacia donde se dirige.
Por lo tanto no resulta fácil confiar en quien un día promete una cosa, al otro día se desdice, y al siguiente no se sabe hacia dónde va. Los inversores necesitan señales, reglas de juego claras, condiciones estables, mucho más que promesas y apelaciones de ocasión.
Y por cierto, tampoco ayuda a la sustentabilidad de sus políticas que mientras tiene un gasto público desbordado y pide inversión, en las últimas horas, como al pasar, esté de visita en Rusia, buscando armamentos como nuevo rico y al estilo de un niño en un supermercado repleto de golosinas, con canilla libre.
Tanques, sistema de defensa antiaérea y submarinos figuran entre las prioridades del mandatario caribeño, para reafirmar su condición de gran comprador de armas a Rusia, que en este caso sería de unos mil millones de dólares, que sigue a un contrato firmado en 2005-2006 por unos 3.200 millones.
Y si alguien sabe cómo se conjuga este desquicio con promover atractivos para los inversores, que lo explique, porque nadie lo sabe. Mucho menos Chávez, por supuesto.
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