Opinion | 31 Jul El tránsito de Paysandú es motivo de conversación permanente y cada día basta con salir a la calle para ver ejemplos de lo que no se debe hacer. La presencia de los inspectores de tránsito no logra amedrentar a quienes están dispuestos a correr el riesgo y la consecuencia de una infracción, en tanto que los controles parecen insuficientes.
La instrumentación de la inclusión curricular de la seguridad vial desde la infancia es una propuesta ya vieja que no ha sido considerada aún. Sin embargo, son muchas las escuelas en que esta problemática ciudadana es trabajada con frecuencia con el objetivo que desde pequeños nuestros hijos aprendan cómo conducirse en la calle y se informen sobre la existencia de normas que es necesario respetar para una adecuada convivencia social y a efectos de minimizar riesgos.
Sin embargo, todo ese trabajo es echado por tierra a la hora de la salida de la escuela, a juzgar por lo que suele ocurrir en muchas de ellas.
Hace pocas horas fuimos testigos de cómo, desde la puerta de la escuela, una directora llamaba la atención de una madre que había estacionado en doble fila y dejado el auto encendido frente al local escolar.
«¡En doble fila no!», llamó la atención la docente, indicándole incluso que unos metros más adelante había lugar para estacionar. ¿Es necesario esto? La respuesta obvia es que no y que los padres y los propios maestros son los primeros que deben predicar con el ejemplo frente a los niños.
¿De qué sirve el esfuerzo de un maestro para explicar, informar y sensibilizar un niño predisponiéndolo al respeto de las normas del tránsito si sus propios padres se encargan de echarlo abajo?
En Paysandú el momento de la salida de algunas escuelas se torna peligroso. Es imposible que haya un inspector de tránsito a la salida de cada local escolar.
Tampoco hay ningún apuro ni comodidad que justifique un posible accidente. Como adultos y padres ¿acaso no sabemos eso?