Paysandú, Sábado 02 de Agosto de 2008

Polos productivos en el medio rural

Opinion | 31 Jul Entre los polos de desarrollo que felizmente han cambiado la cara a varias localidades del medio rural, fundamentalmente a partir de las explotaciones madereras en el caso de nuestro departamento, además de las implantaciones de cítricos y algunos otros cultivos menos conocidos, debemos incluir por su proyección y avance sistemático el de las implantaciones de arándanos, que se presentan como un rubro no tradicional en plena expansión.
En los últimos años la gran producción de la fruta se ha trasladado al Litoral Norte, especialmente Salto y Paysandú, al punto de que a esta altura ya ha superado el volumen de cosecha y también la superficie implantada en el Sur, donde se comenzó con esta experiencia pero donde se cuenta con un clima y suelos que no pueden competir con los de esta zona para cumplir con el objetivo de contar con el pico de producción en el período en que más se cotiza en el Hemisferio Norte.
Ocurre que el aráandano, una fruta de pequeño tamaño y color violáceo, que no resulta muy del paladar al que está acostumbrado el habitante de estas latitudes, tiene su gran mercado en el exterior, sobre todo en Estados Unidos y países europeos, donde se pagan altos precios por ingresar cuando no existe la fruta original de ese hemisferio.
Y aunque mucho más tarde que en Chile y Argentina, donde desde hace ya varios años se está cultivando el arándano, en Uruguay estamos ante una explotación de muy reciente ingreso, y ello explica el gran ritmo de expansión que está adquiriendo, con una dinámica exportadora que se ha consolidado en Europa pero que a partir del año pasado ha dado el gran salto al obtener la autorización sanitaria para ingresar a los Estados Unidos y Canadá.
Por supuesto, no es todo rosas el poder acceder a este cultivo, si se tiene en cuenta que requiere una inversión muy significativa por hectárea —entre doce mil y quince mil dólares— y técnicas de manejo adecuadas y muy específicas, además de sistemas de riego que permitan atenuar los efectos de eventuales sequías para mantener el nivel de calidad, producción y obtención de la madurez en el momento en que más vale.
Pero en el caso de su proyección sobre el medio en el que están implantados los cultivos, existe un valor diferencial a favor del arándano sobre otras explotaciones, por cuanto tiene la virtud de requerir un manejo regular y elevada demanda de mano de obra por hectárea, lo que determina que sea una fuente de empleo para numerosas personas de la zona, sobre tode en épocas de cosecha.
Precisamente la recolección tiene lugar en el período en que culmina la zafra de la naranja, desde que en el Litoral Norte comienza a cosecharse desde fines de setiembre, lo que permite que el mismo personal que trabaja en los montes y packing de cítricos pueda también emplearse en el arándano, que se cultiva por lo general en áreas adyacentes a los montes de naranjas.
Un ejemplo de la proyección de este cultivo en su área de influencia surge del artículo publicado en Rurales de EL TELEGRAFO, en el que se da cuenta que una de las empresas que planta arándanos en Paysandú, Midgold S.A., que tiene la mayor implantación del país en el rubro, cultivará en la próxima primavera unas ochenta hectáreas, en las que trabajarán unas 1.200 personas durante la cosecha.
De ese número, un millar lo hará en el cultivo, en tanto las otras doscientas trabajarán en el packing, teniendo en cuenta que la baya debe ser acondicionada adecuadamente para responder a las exigencias de los mercados. Mil doscientas personas es un número muy significativo en cualquier lugar del Uruguay, pero es mucho más aún si lo evaluamos en el medio rural, en este caso concreto en Chapicuy.
Y si bien tiene carácter zafral, no debe perderse de vista que el mismo personal trabaja en las explotaciones de cítricos, por lo que no es temerario afirmar que estamos ante polos productivos que le han cambiado la cara a zonas en las que hasta no hace muchos años las oportunidades de empleo se contaban con los dedos. Lo que resulta aún más impactante si tenemos en cuenta que esta actividad comenzó en 2001, en el Sur, con apenas cuatro hectáreas, y solo siete años después, en Uruguay hay implantadas unas 800 hectáreas, la mayoría de las cuales en el Litoral Norte.
Los números hablan por sí solos de la importancia que adquiere este cultivo para nuestro interior profundo, al ser parte de las respuestas que se necesitan para contener la emigración rural, para mejorar la calidad de vida de cientos de familias y retener en el medio a jóvenes que de otra forma tendrían muy complicado su horizonte laboral, sobre todo en el caso de la población femenina.


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