Paysandú, Domingo 03 de Agosto de 2008
Opinion | 02 Ago Pese a dos semanas de largas y agitadas negociaciones, la Ronda de Doha culminó con un rotundo fracaso, porque los delegados de más de 30 países no pudieron ponerse de acuerdo y primó la puja de intereses por sobre la visión global, en la búsqueda de acuerdos para beneficio general.
El director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC), Pascal Lamy, reconoció, apesadumbrado, el fracaso de la negociación, como corolario de siete años de idas y venidas en negociaciones que se caracterizaron por visiones cortoplacistas y particulares, así como por la búsqueda de ventajas muy sesgadas en desmedro del resto de las posiciones.
La idea de la Ronda de Doha era la de promover acuerdos para generar un comercio equilibrado, desde que el mundo en desarrollo, como es el caso de América Latina, ha seguido padeciendo las asimetrías en las políticas que llevan adelante las naciones ricas, que imponen los precios de sus productos y generan las distorsiones en los mercados agrícolas, industriales y de servicios, en su propio beneficio.
Ocurre que quienes dictan las leyes, porque tienen el sartén por el mango, son reacios a contemplar los intereses de quienes pugnan por ser considerados como iguales a la hora de las negociaciones, y solo otorgan alguna concesión cuando a la vez han arrancado diez privilegios en desmedro de la contraparte.
También se han instalado lobbies de naciones desarrolladas, y últimamente de las denominadas emergentes, que aprovechan sus ventajas comparativas para acordar con los poderosos y dejar al margen a países pequeños, como el Uruguay, que es puesto entre la espada y la pared por bloques que acuerdan entre sí y establecen las reglas a su gusto.
El embajador uruguayo ante la OMC, Guillermo Valles, señaló a «El Observador» que el fracaso de la ronda «es un fuerte golpe al sistema multilateral, cuya capacidad normativa se ve cuestionada por no tener un consenso», y evaluó que «un país pequeño, como Uruguay, y dependiente de la fortaleza de las instituciones, se ve afectado por este desarrollo».
No es para menos, porque no solo no se ha avanzado por este fracaso, sino que se ha retrocedido. Lo explica Valles al reconocer que «aún en los terrenos donde se avanzó mucho, como expandir las cuotas o reducir los aranceles, se perdió todo».
Según los observadores, el detonante del fracaso fue la falta de consenso para la fijación del Mecanismo de Salvaguarda Especial (MSE), que constituía una herramienta de los países en desarrollo para hacer frente a un eventual incremento en el valor de sus importaciones.
La oposición proviene de países con intereses proteccionistas liderados por India, cuya contrapropuesta pretendía reducir el disparador del MSE, lo que no fue aceptado por Uruguay, Estados Unidos, Australia, Paraguay y Nueva Zelandia, lo que da la idea de la heterogeneidad de los países enfrentados en este ámbito.
El canciller brasileño Celso Amorim fue cáustico al comentar que «en un contexto de crisis alimentaria mundial resulta irónico que el debate se haya focalizado en cómo podrían aumentarse las barreras contra las importaciones de productos alimentarios».
El representante uruguayo, por su lado, también evaluó que «el acuerdo hubiera permitido eliminar prácticamente los subsidios a las importaciones agrícolas, estipular topes a los subsidios agrícolas en países más poderosos, establecer cuotas de nuestros productos y la reducción o eliminación de los aranceles intracuota básicamente en Estados Unidos y la Unión Europea».
Pero cuando se dan las confrontaciones directas de intereses, sin que nadie tenga la visión de ceder para ver si logra la contrapartida en quienes están en la otra vereda, difícilmente se llegue a acuerdos, y no puede sorprender que por el desenlace que tuvo esta instancia de negociación se haya perdido la oportunidad de un acuerdo que hubiera permitido alentar una economía mundial menos complicada, justo cuando se está en un período de crisis financiera. Los observadores indican que de haberse concretado un acuerdo se habría logrado una inyección comercial de 50.000 millones de dólares en la economía mundial, y de 100.000 millones de dólares anuales, solo a través de la reducción de los aranceles.
Y quienes más pierden, por supuesto, son los países en desarrollo, que por estar desunidos le hacen el caldo gordo a las grandes potencias y pierden así oportunidades de mayor acceso a los mercados de los países desarrollados exentos de aranceles, nada menos.
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