Paysandú, Domingo 03 de Agosto de 2008
Opinion | 03 Ago Cuando estamos asistiendo a una carrera entre los precios del petróleo y de los alimentos, a nivel global, no puede soslayarse que en realidad la diferencia respecto a otras coyunturas pasa por una demanda que supera la oferta, que es a la vez indicativa de que el crecimiento poblacional y el desarrollo traen aparejados, entre otras consecuencias, el agotamiento de los recursos naturales, sobre todo de los yacimientos fósiles.
Es decir que el gran desafío planteado, en todos los órdenes, es el de la sustentabilidad de las explotaciones, cualquiera sea su origen, que es un factor determinante para que por lo menos el futuro se presente menos comprometido y se puedan estirar los plazos para en el interín encontrar alternativas a la conjunción de los elementos que integran el círculo vicioso que se va estrechando sobre la humanidad.
Uno de los elementos naturales que es preciso preservar es el suelo, el gran recurso que nos proporciona alimentos y que también nos provee de energía, en sus más variadas formas, incluyendo a los biocombustibles que hasta ahora se están obteniendo en su mayoría de los mismos cultivos que nos proporcionan proteínas, fibras y aceites.
Nuestro país tiene grandes ventajas comparativas para producir con vistas a su exportación, con amplia disponibilidad de suelos pese a su relativa pequeñez, por contraste con su escasa población y un buen porcentaje de tierras aptas para explotaciones productivas respecto a la superficie total.
Ello explica que en la actual coyuntura, en que la demanda impulsada sobre todo por las necesidades de países emergentes como China e India, cuya población necesita alimentarse y ahora cuentan con recursos para hacerlo por su economía en pleno desarrollo, Uruguay se vea favorecido con los altos precios de los «commodities». Ello se traduce en una mejora sustancial de los ingresos de productores agropecuarios, aunque se enfrenta la contrapartida de una alta factura por las compras de petróleo y la repercusión interna en la inflación por los precios internacionales.
Todo indica, en principio, que nuestros agricultores y los productores de otros sectores, se encuentran en una situación desahogada en sus economías, y que están en condiciones de ser protagonistas de una mayor transferencia de recursos hacia otros sectores de la sociedad, como se está encarando en Argentina, donde aplican severas detracciones como contrapartida de subsidios cruzados en su economía, que distorsionan la realidad de costos y beneficios.
En Uruguay todavía hay cierta transparencia en la ecuación económica del agro, pese a la presión tributaria, lo que permite evaluar con mayor aproximación la realidad económica de las actividades agropecuarias, como la agricultura.
Y esa realidad no es tan promisoria como podría creerse en primera instancia, porque como sostiene el refrán, no es oro todo lo que reluce, y si bien los productores no están en la postración en la que se encontraban hasta no hace pocos años, la bonanza tiene sus arrastres negativos y lo que es peor, también presenta en el horizonte cercano riesgos en cuanto a sustentabilidad.
El punto es que si bien los «commodities» han aumentado sensiblemente su valor en dólares, también han subido significativamente los costos de producción. Este aspecto fue puesto en claro por el vicepresidente de las Cooperativas Agrarias Federadas (CAF), Roberto Benia, quien en la asamblea anual de la entidad subrayó que en el caso de los agricultores, «no debe confundirse precios con rentabilidad. Un negocio no es necesariamente bueno cuando el producto vale, sino que es bueno cuando la relación costo-producto es buena, cuando genera margen y rentabilidad a la inversión».
Esta es precisamente una premisa que debe tenerse en cuenta en esta coyuntura, porque si bien los productos de exportación tienen todavía buenos precios, han subido en gran proporción las semillas, los fertilizantes, el gasoil, el transporte, los impuestos y otros insumos que afectan negativamente la ecuación económica.
Además, el productor tiene la responsabilidad de hacer que sus explotaciones sean sustentables, con márgenes de maniobra imprescindibles para la rotación de cultivos y encarar inversiones de retorno para la mejora tecnológica, lo que lleva a una mejor rentabilidad por superficie sin descuidar la preservación ambiental,
Además conlleva lograr que el dinero no solo ingrese al productor, sino que haya permeabilidad hacia el resto de la sociedad y que aporte al desarrollo en sus diversos órdenes. Esto también forma parte de la sustentabilidad, del desafío y el componente imprescindible de justicia social, a partir del trabajo y de la valoración del esfuerzo de cada actor del tejido social por superarse, sin esperar que las cosas le caigan del cielo o del Estado paternalista.
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