Paysandú, Lunes 11 de Agosto de 2008
Opinion | 08 Ago
Mientras los presidentes Cristina Fernández y Luis Inácio Da Silva se reunían en Buenos Aires a efectos de intensificar el relacionamiento bilateral, apareció en escena su colega de Venezuela, Hugo Chávez, aparentemente sin conocimiento de «Lula» pero sí de la mandataria argentina, para ampliar el ámbito de deliberación y aspirar a constituirse en la columna vertebral del subcontinente. Que Brasil y Argentina analicen su relación bilateral no sorprende a nadie, y mucho menos a sus socios del Mercosur, Uruguay y Paraguay, que sufren reiteradamente las consecuencias de esta visión bilateral en el bloque regional, y por ende, pese a los discursos y palmaditas amistosas, son ignorados a la hora de las decisiones.
Pero la irrupción de Chávez tiene otras connotaciones, si se tiene en cuenta que el cambiante y verborrágico mandatario caribeño tiene otras motivaciones, y ya ha reformulado su intención de formar el «eje central» de Sudamérica, junto a las dos mayores economías del subcontinente.
Claro que los petrodólares de Chávez «cinchan» como nunca para arrogarse este protagonismo que tanto gusta al presidente de la república bolivariana y socialista de Venezuela. Y por las dudas, el jefe de Estado acudió presuroso a solidarizarse con Cristina Fernández y compartir su luto por haber tenido que bajarse del intento de aplicar las feroces detracciones al campo.
El apoyo fue mucho más allá, desde que no solo calificó a los productores argentinos de «oligarcas» ante su intento por mitigar el impacto de la voracidad fiscal del gobierno, sino que además anunció la compra de más deuda pública del vecino país, para sostener su economía prendida con alfileres y de paso ganar tantos para el «eje del bien» que integra junto a la Argentina, Ecuador y Bolivia, con presunto apoyo de Brasil y cierta reticencia de los gobiernos de otros países, con la incógnita sobre la posición del de Uruguay, por supuesto.
El encuentro de Argentina y Brasil fue preparado concienzudamente durante meses, y contó con la participación de numerosos empresarios de ambos países, que examinaron las relaciones comerciales bilaterales y propusieron una diversidad de formas para mejorar la complementariedad de su intercambio.
No es novedad que nuestros dos vecinos hagan y deshagan a voluntad dentro del Mercosur, y después comuniquen lo resuelto a Uruguay y Paraguay. La constante ha sido que éstos acepten lo resuelto, por considerar que es un mal menor que «patear los tarros» del Mercosur, y seguramente ésta no va a ser la excepción.
Pero no debe soslayarse que Brasil hace rato que está por encima del Mercosur, al que considera como una alternativa muy devaluada para sus miras de liderazgo sudamericano y al que solo utiliza para colocar sus productos industriales con aranceles preferenciales respecto a los que se importan desde países extra región. Es así que mientras negocia con los argentinos y de paso impone condiciones en el Mercosur, está jugando ya los partidos en la liga que sí le interesa, donde se presenta como nación emergente para seguir captando grandes inversiones, junto a la India, China y Rusia. En realidad, la región es solo un problema accidental y geográfico, porque lo que le importa es su proyección internacional para afianzar su desarrollo e influencia política. El papel de Argentina como partenaire en la región es muy difuso y a lo sumo calza como participando en alianzas estratégicas que le dan para seguir marcando presencia en el subcontinente, pero desdibujado respecto del rol protagónico de un Brasil que en los foros internacionales está al mismo tiempo con Dios y con el diablo, al plegarse a las posturas de naciones desarrolladas, cuando le conviene, y posar de aliado de las naciones en vías de desarrollo cuando la cosa viene a la inversa.
Y mientras Chávez pregona que aunque no se ha formalizado todavía el ingreso de su país al Mercosur, prácticamente ya está «en concubinato» con la región, los socios menores deberían ocuparse de cómo procesar el «divorcio» en que se encuentra de hecho el bloque, y mientras se está a la espera —sin hacer mucho— de que las cosas mejoren, seguir buscando alternativas en otros mercados, para negociar «con el que se descuide» al decir de Mujica, guste o no a los «grandes» de la región.
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