Paysandú, Miércoles 13 de Agosto de 2008
Locales | 08 Ago Reiniciar la vida a una cierta edad y resolver en muy poco tiempo un proyecto personal sin contar con dinero suficiente así como buscar otros destinos y horizontes no es común que le pase a las personas. Esta es la historia de un médico paraguayo, que a los treinta años debió huir de su país porque las cosas comenzaban a complicarse, como en casi toda Latinoamérica. Empezaba a desconocerse los derechos humanos, prendiendo en muchos una luz de alerta. Atilio Esquivel Gaona nació en Asunción y llegó a Uruguay cuando en su país imperaban las luchas por la democracia y la libertad. Tiene 78 años y está casado con Susana Ascurra, con quien tienen dos hijos: Augusto y María Liz. El varón estudió en la Universidad ORT y hoy trabaja en el Arapey Resort de Salto, en tanto la hija es sexóloga especializada en violencia doméstica y vive en Montevideo.
Esquivel accedió a la entrevista solicitada por EL TELEGRAFO y comenzó relatando con intensidad los primeros tiempos vividos en nuestro país. «Los derechos humanos pasaban por momentos muy complejos. En Paraguay desaparecía todo lo que la policía capturaba», sostuvo. «Antes de llegar Uruguay», cuenta, «estuve un tiempo clandestino; luego me asilé en la embajada uruguaya y posteriormente llegué a este país como asilado político».
De ahí en más, su vida transcurrió con el permanente desafío de encarar un cuesta arriba difícil de superar. Esquivel reflexiona sobre el presente de su país, porque tiene muchos problemas: «vamos a ver cómo puede hacer Lugo para avanzar, porque Latinoamérica vive una revolución sin armas, sin tanques en las calles y sin sangre; pero existen cambios fantásticos que mucha gente aún no ha podido percibir», agregó el médico.
«Yo pude escapar del plan Cóndor en Paraguay y venirme a Uruguay. Primero tuve que hacer la reválida de mi título de médico, pero sin documentos; por eso tuve que tramitar los papeles de asilado político».
«Al tomar contacto con otros médicos me preguntaban qué hacía yo en Montevideo y por qué no me iba a Tupambaé u otra parte del Interior. Finalmente, cierto día me vine a Guichón, donde no conocía a nadie. Y tuve que volver a empezar».
Esquivel se muestra emocionado al recordar aquel lejano día «cuando me pusieron el sello de la reválida en el título. Frente al Ministerio de Salud Pública estaba el Banco de la República, que daba el crédito de rehabilitación profesional, $2.500 pesos de aquel tiempo. Con ese dinero compré la cama, parte del consultorio y algunas herramientas para comenzar a trabajar. Todo era muy modesto.
Entonces inicié mi trabajo médico en la soledad del interior rural, donde tienes que dominar varias áreas: traumatología, ginecología, endocrinología... en fin, muchas cosas a la vez». También conoció el área de influencia de Guichón, pues debió visitar los pueblos de la zona.
En estos lugares, el profesional de la salud debe tener determinadas fortalezas, expresó; «solamente el conocimiento —que cada vez debe ser más profundo— lo lleva a uno a superarse».
Esquivel trabajó 40 años en forma honoraria en el hospital de Guichón. Hoy se muestra agradecido y devuelve el respeto y el cariño que los guichonenses le dispensan y le demuestran.
Consultado sobre si alguna vez pensó en regresar a su patria, Esquivel comenta que «muchas veces me pregunto qué hago aquí, porque yo me recibí en mi país y tendría que estar atendiendo a mi propia gente. Pero así son las cosas de la vida y le agradezco a este país», finalizó.
Vino en busca de libertad y garantías, y tras casi cincuenta años de vivir en él concluye que «Uruguay es un país lindo para nacer y hermoso para morir».
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