Paysandú, Sábado 16 de Agosto de 2008
Locales | 15 Ago De visita por el cementerio Las Flores —a mitad de camino entre Piedras Coloradas y Orgoroso - por el llamado «camino del medio», nos encontramos con José Lázaro Soria (64), un vecino del lugar.
Nació en el departamento de Río Negro y era apenas un niño de seis años cuando llegó a Paso de la Arena, sobre puntas de arroyo Negro. Su padre y una tía arrendaban entonces una estancia y luego su padre solo arrendó a Luis López de Haro el establecimiento «La Tachuela». Allí vivió gran parte de su vida y si bien tiene casa en la ciudad, dice que lleva el campo en el alma y, aunque le han hecho ofertas para comprarle la tierra, su negativa es firme: «Mientras viva no voy a vender el campo».
Y explica por qué piensa así. «El que tiene un pedazo de tierra en Uruguay no se muere de hambre. Hay que tener alma de trabajar. No se necesita de grandes tecnologías —nosotros no fabricamos tractores— y para atender dos hectáreas no se precisa mucha cosa. Yo roturo toda la tierra y lo hago con caballos».
Produce «de todo un poco», pues además de varios cultivos se dedica a la producción apícola, que conoce «de toda la vida», porque su padre era apicultor y «yo participé en varios cursos. Me he comido muchos libros».
Su señora, por tratamiento médico está en la ciudad y sus hijos trabajan en Eufores, Forestal Oriental y Caja Bancaria.
buenas épocas
y de las otras
Don Soria narró cómo algunos episodios lo marcaron como hombre de campo. El peor momento que le tocó vivir «fue por el año 1962, Cuando mi padre tuvo que liquidar la estancia. Cierto día el dueño del campo, don Luis López de Haro, le dijo a mi padre: ‘Che gallego, te vendo el campo... Mirá que hay una persona interesada, y como vos hace 28 años que vivís en él, tenés la preferencia...’».
«Mi padre le respondió que no le interesaba comprarlo, pero el comprador pedía el campo limpio. Eso fue un viernes, el lunes siguiente, a primera hora, mi padre llamó por teléfono a Julio Zeni, que recién comenzaba a dar sus primeros pasos como martillero. Le comentó que quería hacer una liquidación. El rematador le respondió que la próxima semana venía, pero mi padre, como buen gallego le dijo ‘vienes ahora, mañana te espero’. Mi padre quería entregar el campo de un martes a un viernes. Se trabajó duramente hasta altas horas de la madrugada, marcando y apartando ganado. Llegó el día del remate y fue un desastre. Se vendieron un poco más de ochocientos lanares y trescientos y pocos vacunos. Recuerdo que un vecino compró una caponada a 1,50. Al mes fueron vendidos a 3,80. Vacas que se habían comprado a 9 pesos, al mes y medio se vendieron en un remate en la Exposición Rural Feria en 25 pesos. Un tractor nuevito que se vendió en tres mil y pocos pesos, tiempo después se negoció por unos 18 mil pesos. Todo fue un desastre. Hay que agregarle que el hombre que después iba a comprar el campo, no consumó el negocio. El dueño y su señora esposa lloraban. El hecho les provocó mucha angustia».
El mejor momento que rescata de ese capítulo fue «cuando trabajábamos y teníamos buenos rindes», y cuando contrajo matrimonio. «Esos fueron los grandes momentos de mi vida».
Opina que «los uruguayos tenemos que trabajar mucho. De alguna forma hay que cortar esa sangría de los muchachos que se nos van. A mí se me fue un hijo hace tres años, para Estados Unidos. No creía, pero se me fue. Cuando le entregué el pasaporte le pedí que pensara bien en lo que iba a hacer. ‘Sí papá, pero mi patria no me da de comer y no me da prosperidad’, me respondió. Cada vez que hablamos por teléfono asegura que quiere volver».
En esa misma línea exhortó: «Los políticos tienen que dejar de mentir. La unión hace la fuerza, así que vamos a producir. Tenemos que solucionarlo nosotros. Piedras Coloradas y Orgoroso son mis pueblos, la policlínica está mal. Hoy junto a otros vecinos queremos recuperar la ambulancia. Tuve que pasar por el accidente de un hijo en la ruta y no había ambulancia y eso no puede ser en estos tiempos», concluyó.
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