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Paysandú, Domingo 17 de Agosto de 2008

PAYSANDÚ INTERIOR

Walter Apecetche Jubilado de zapatero

Locales | 15 Ago Muchos afirman que estar jubilado hace posible concretar proyectos para los que antes no había tiempo. Otros no dudan de que esa condición permite dedicar mucho más a la recreación, por todos los años en que no se pudo descansar lo deseado.
Durante la visita de EL TELEGRAFO a villa Tambores, en una tarde invernal de Sol radiante, conocimos a don Walter Apecetche. El simpático veterano, de 73 años, es jubilado de Industria y Comercio.
Contagiados por su energía y sus ganas de hablar, entablamos una entretenida charla, propia de dos personas que hace mucho tiempo que no se ven, aunque en nuestro caso ni siquiera nos conocíamos.
Estar jubilado le permite hacer varias actividades domésticas, como reparar una cisterna descompuesta, tarea en la que se encontraba cuando nosotros llegamos.
Confiesa que está conforme con la vida que lleva y que nunca pensó en irse, porque a su señora nunca le gustó la ciudad.
«Acá me radiqué y aquí me quedé», afirma y agrega que «el ambiente lo hace uno y la vida que llevamos es muy tranquila». Don Apecetche —apellido vasco-francés que significa «casa del cura»— nació y vivió en la localidad cercana de Achar, hasta que en octubre de 1958 se radicó en la villa que comparten, territorialmente hablando, Paysandú y Tacuarembó. Casado y padre de dos hijos, un varón y una mujer, no dudó un instante en comentar orgullosamente que es el padre de Cocorico Apecetche, cantante de la Sinfónica de Tambores.
Aprovechando la tarde tan agradable y durante el entretenido diálogo, Apecetche nos contó que fue «propietario de una tienda y zapatería».
Egresado de los Talleres de Don Bosco en la capital del país, se especializó en fabricación de calzados.
Compró la maquinaria a un muchacho que también se dedicaba al rubro y así avanzó con su proyecto. «Hubo un tiempo proficuo, de mucho trabajo, cuando el negocio marchó muy bien».
Fabricaba muchas botas en cuero y zapatos acordonados. Recuerda que tenía mucho trabajo, mucha clientela y debía atender una importante demanda. La materia prima la compraba en Montevideo. Fueron años de intensa actividad, hasta 1972.
Su amabilidad es la de un hombre que le sonríe a la vida y trasmite esa calidez propia de la gente de nuestro interior rural.


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