Paysandú, Lunes 18 de Agosto de 2008

Un mal que no está extinguido

Opinion | 16 Ago Aunque todavía endémica en algunos departamentos ubicados al Norte del río Negro —incluido el Este de Paysandú— la enfermedad de chagas ha ido reduciendo significativamente su prevalencia en el Uruguay, lo que contrasta con el escenario que teníamos en el país hace algunas décadas.
Como la hidatidosis, esta afección es un estigma de zonas rurales, sobre todo de pobreza, del Uruguay profundo sumido en condiciones extremas en cuanto a higiene y habitabilidad de las viviendas.
Precisamente el Mal de Chagas, que es transmitido por la picadura y heces de un tipo de vinchuca, se da fundamentalmente en ranchos y construcciones precarias hechas en barro y paja, donde el insecto encuentra un hábitat propicio en grietas y resquicios que le proporcionan condiciones para su proliferación.
La reducción del índice de incidencia del mal no se logró de la noche para la mañana, y ha sido producto de una conjunción de factores que incluyeron una tarea sistemática en campañas del Ministerio de Salud Pública para desinfección de lugares críticos, además de la educación de los habitantes del medio rural, en los que las escuelas jugaron también un rol preponderante a través de los niños. Pero no es menos cierto que también ha ejercido una influencia muy positiva la paulatina erradicación de rancheríos en el medio rural, para lo que ha sido determinante la tarea desarrollada por el Movimiento pro Erradicación de la Vivienda Insalubre Rural (Mevir), que ha permitido la incorporación de más de 22.000 viviendas decorosas en sustitución de precarias unidades habitacionales que facilitaban la presencia de la vinchuca, a la vez de favorecer mejores condiciones de higiene.
Estas acciones coincidentes han sido el fruto de una acción persistente, pero sería un acto de irresponsabilidad creer que la lucha está ganada, desde que por las características de la enfermedad y su carácter endémico, está en condiciones de desarrollar un nuevo empuje tan pronto se den condiciones propicias para su difusión.
Precisamente otros países en los que existen mayores dificultades para adoptar medidas preventivas contra el insecto han corrido peor suerte que el Uruguay, teniendo en cuenta que América Latina es la región del mundo en la que el Mal de Chagas es endémico y llega a prevalencias preocupantes en países como Bolivia, donde se estima que el 20 por ciento de la población la padece, aunque no siempre se manifiesta en quienes son portadores.
En Paraguay, a la vez, la infectación es del orden del 9 por ciento, y más cerca nuestro, en Argentina, la prevalencia se sitúa en el entorno del 10 por ciento, lo que indica que la sufren unos cuatro millones de personas en el vecino país.
La pobreza, la falta de condiciones higiénicas y la ignorancia se unen en una dramática combinación que prohija la difusión del Mal de Chagas, que es considerado uno de los mayores flagelos de América Latina. Según cálculos oficiales, unos noventa millones de personas están expuestos a la enfermedad y aproximadamente 25 millones han sido infectadas en el subcontinente, desde México al Uruguay, por cuanto hacia el Sur de Argentina la vinchuca no encuentra condiciones naturales para sobrevivir.
La enfermedad, para la que no hay vacuna, puede provocar invalidez y lesiones irreversibles que pueden derivar en muerte por insuficiencias cardíacas o embolias, y de ahí la dificultad para determinar el índice de mortalidad real.
Pero pese a su carácter endémico en las zonas rurales, existe un elemento adicional de preocupación en América Latina, que ha obligado a lanzar un nuevo alerta: en los últimos años la migración y la proliferación de villas miseria y asentamientos marginales han contribuido a extender la enfermedad a grandes ciudades, de lo que es un ejemplo la situación que se da en el Gran Buenos Aires y en áreas marginales de la capital argentina.
Un panorama similar se perfila en ciudades de otros países con alta emigración de familias pobres desde zonas rurales, que recrean en otros medios las condiciones extremas en que viven en el interior profundo.
Y según señala la cardióloga argentina Claudia Beatriz Costa, el problema se agrava porque se trata de una «enfermedad de pobres y a nadie le interesa», aunque en realidad su razonamiento es valedero solo parcialmente, teniendo en cuenta las acciones que se han realizado sistemáticamente en nuestro país.
Pero el alerta tiene vigencia, y corresponde adoptar medidas preventivas para impedir que sigan recreándose condiciones favorables para la aparición de la vinchuca en las ciudades de nuestro país, como ocurre ya en naciones vecinas y, sobre todo, encarar desde ya campañas de detección y relevamientos de viviendas de áreas marginales, para situar el problema en su real entidad y adoptar cuanto antes las acciones que sea menester.


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