Paysandú, Domingo 24 de Agosto de 2008
Opinion | 19 Ago Terminaron los Juegos Olímpicos para Uruguay. Ninguno de nuestros deportistas que viajaron a Beijing logró una medalla y nosotros seguiremos mirando hazañas deportivas por televisión.
Sabemos que más allá de sus aciertos o errores, nuestros compatriotas hicieron su mejor esfuerzo, pero sabíamos de antemano que traer una medalla era casi un sueño. Cuando uno mira el medallero Olímpico y ve cuáles son los países que lo encabezan —China, Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia— resulta claro que estamos muy lejos. Y no se trata sólo de una distancia geográfica o de potencial económico, sino de cómo estos países preparan sus deportistas. El entrenamiento continuo, la posibilidad que se le brinda a quien es bueno en un deporte de iniciarse tempranamente y dedicarse a crecer profesionalmente en esa área, así como los programas de desarrollo de deportistas y la posibilidad de vivir dignamente de casi cualquier deporte cuando se alcanza un nivel competitivo, son moneda corriente en esos países.
En cambio, en nuestro querido Uruguay se podría decir que son inexistentes las políticas deportivas y que casi sin excepción, quien se destaca en un deporte lo hace a costa de un esfuerzo personal y familiar, generalmente con muy pocos apoyos externos.
Por ello no debe extrañarnos que nuestra delegación vuelva a casa con las manos vacías, lo que debería hacernos valorar más hazañas pasadas, como la medalla de plata que ganó Milton Wynants en Sydney. Cosas así ocurren muy excepcionalmente. Y, por otra parte, tampoco sería justo cargar en los deportistas uruguayos que compitieron en estas Olimpíadas toda la frustración de la derrota. Por el contrario, merecen un aplauso. Por haber llegado y competido y porque son muy buenos por mérito propio. ¿Se imagina lo que serían si tuvieran el apoyo, la escuela, el entrenamiento y la dedicación total —imposible aquí porque de lo contrario no se llega a fin de mes— de un deportista de su nivel pero que viva en Estados Unidos, Australia o China?
Un país que ha tenido durante años instalaciones públicas como las plazas de deportes sumidas prácticamente en el abandono, no debería esperar medallas olímpicas salvo que fuera un milagro. Hay que creer entonces que los milagros existen y es por eso que las tenemos. Conformémonos, como premio consuelo, que un crítico musical del diario The Guardian, Alex Marshall, decidió que el himno nacional uruguayo es el mejor de todos tras haber escuchado los 205 himnos de los países participantes en los Juegos Olímpicos.
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