Paysandú, Viernes 29 de Agosto de 2008
Locales | 24 Ago — ¿Cuánto me queda doctor?
— Una semana.
— ¿¡Una semana de vidaaaa!?
— Una semana de pelo.
— ¡Noooo! No puedo creerlo - le dije al borde de un ataque de algo.
— Créalo, querido amigo. En una semana quedará absolutamente pelado.
— ¿¡Querido amigo!? ¡Querido amigo las pel... las pelucas!
¿¡Me avisa que voy a quedar pelado en una semana y me dice «querido amigo»!?
— Tranquilícese porque es peor.
— ¡Nada es peor que quedarse calvo, señor! ¡Naaada! Está en juego la virilidad, la autoestima, la estética, la ... ¡No existe nada peor que quedarse calvo, señor! ¿Qué es lo que tengo?, pregunté tratando de calmarme.
— Lo que usted tiene se llama Alopecia Areata.
— ¿Alo.... qué?
— Alopecia Areata. Es una enfermedad de origen genético que tiene un pico de estrés como factor desencadenante, me dijo poniendo cara de especialista.
— ¿Pico de estrés? ¡Pero... si yo tengo estrés, debería quedar calvo hasta Antoñito de la Rúa! Eso es un reverendo disparate, doctor —le dije saliendo un poco de mi tradicional compostura. Todavía tengo pelos en mi cabeza... ¿Es posible que no se me caigan?
— Es posible que esto derive en una alopecia universal.
— Aaah... ¿y eso quiere decir que van a volver a crecer todos mis pelos?
— Eso quiere decir que se van a caer todos sus pelos, incluyendo los que usted está pensando.
— ¡Noooooo!, grité imaginándome la escena.
— No se ponga nervioso por favor, señor Durán. Usted se pone nervioso y se le cae el pelo por culpa de los nervios. Y cuando usted ve que se le cae el pelo... le vienen nervios. Y si le vienen nerv...
— ¿Te puedo tutear? ¡Vos me estás agarrando para el chijete!, dije empezando a caminar por el consultorio como un león enjaulado. Vos no podés haber estudiado 20 años para terminar diciéndome esta estupidez. A ver si te entendí: Cuando te limpias la cola te dan ganas de hacer caca.
Entonces cuando hacés caca te tenés que limpiar la cola y ahí te dan ganas de.... ¡me estás cargando y yo te pagué 93 pesos de tiques para que me digas esto!
— Tranquilícese Durán, por favor. Le explico un poco mejor... se trata de una enfermedad auto inmune.
— ¿Auto qué?
— Mire...su cuerpo se equivoca y cree que lo están atacando, entonces crea anticuerpos.
— ¿Como Tabaré?
— No entiendo lo que me dice, dijo el médico.
— ¿Vio que Tabaré está creando anticuerpos y reforzando la seguridad porque cree que lo atacan?
— Seeee... algo así —me dijo no muy convencido. Si quiere le podemos dar alguna inyección a ver si vuelve el cabello... a veces vuelve.
— ¡Por supuesto que quiero! —le dije guapeando y subiéndome la manga del brazo para que me inyectara lo que quisiera.
— No es ahí —me dijo con cara de sádico.
Amagué a bajarme el pantalón, por lo que me dijo:
— Es en la cabeza.
— ¿¡En la cabezaaaaa!? ¡Ah... pero además de calvo voy a quedar agujereado!!
— Bien, si no se anima no lo hacemos. Antes los uruguayos venían más machitos —dijo haciéndose el banana.
— Está bien, dele de punta. ¡Mire si le voy a tener miedo a un par de pinchazos!
— A 16 pinchazos —aclaró cargando una ampolla con una aguja que se parecía bastante a las que mi mamá usaba para tejerme buzos con lana de gruesa. La número ocho y medio. Cada vez que la punta de la aguja se frenaba contra los huesos del cráneo yo me desmayaba.
Dieciséis veces me desmayé.
Quedé cansado de desmayarme.
Llegué a casa peor que cuando salí, con dos enormes peladas que se unían por atrás y por adelante y dejaban una especie de isla de eucaliptos al medio.
Algo así como el sueño de la rotonda propia.
Volví... con la amenaza de quedarme sin un solo pelo en una semana, arrastrando mi autoestima del tobillo como un grillete de preso y con la cabeza agujereada, a punto de perder por los boquetes la poca esperanza que me quedaba.
— ¿Cómo te fue? —preguntó la santa de mi mujer.
— ¿¡Cóóómo me fueeee!? —le contesté un poquito alterado, camino al baño.
— ¿¡Qué como me fueeeeeeee!? ¡Me-fue-muy-bien!- le dije tirando una peinilla por sílaba por la banderola. ¡¡El muy desgraciado me dijo que me voy a quedar calvo y vos me preguntás cómo me fue!!
Después de calmarme resolví conseguir una segunda opinión, así que fui a ver a un especialista de especialistas de los mejores especialistas.
Un italiano que llegaba a Montevideo por esos días.
— ¿Qué me aconseja, doctor?
— Dúe posibilidade —me contestó después de revisarme.
— ¿Dos posibilidades? —pregunté ansioso. ¿Cuáles son?
— Gorra o peluca —me dijo y me lo tuvieron que sacar entre la enfermera y dos pacientes con poco pelo, que esperaban para atenderse.
— ¿Qué te pasó? ¿Cómo te descontrolaste de esa manera? —preguntó mi mujer acariciándome la calva. ¿Qué te dijo el italiano para ponerte así?
— Lo mismo le preguntaron a Zidane. Así que yo también lo bajé de un cabezazo en el pecho. ¡Parámelo de nuevo! ¡¡Parámeloooo!! —grité poniendo la cabeza como si fuera un toro.
Después probé todas las recetas caseras que me dieron.
— Mi prima que estaba quedando pelada se puso caca de gallina —me dijo una compañera de trabajo.
— ¿Y se curó?
— No, curarse no se curó, pero no le importó más quedarse calva. Lo único que hace desde ese día es buscar por Internet la manera de sacarse el olor de la cabeza.
Me hablaron del mejor especialista de América: El Doctor Jaureguilorda.
El tipo que le ha hecho crecer pelo a las bolas de billar. (No es por vos Washington). Así que me fui a Buenos Aires a ver al famosísimo doctor Jaureguilorda. Me senté en la sala de espera a aguardarlo.
— Ya está llegando el doctor —dijo la asistente indicando que acababa de hablar con él por el celular.
Un tipo grande abrió la puerta, nos miró uno por uno, saludó... y yo no salía de mi asombro: ¡Era como ir a un dentista sin dientes, a una dietista de 120 kilos!
¡¡¡El muy degenerado no tenía un sólo pelo en la cabeza!!!
Volví a mi casa y pensé en usar el Plan B: «Extensiones de pelo color caoba».
Seguro que con eso quedaba «precioso». Me fui a un comercio en Montevideo a comprarla, pero el coronel Vázquez estaba comprando las últimas que quedaban.
Fui por el Plan C: Aceptar la calvicie.
Resolví conversar con mi «yo interior» tratando que entendiera que no debe ser tan paranoico, que nadie nos ataca: «Ni a nosotros ni a Tabaré», le dije esa noche.
Mi mujer me encontró a la madrugada hablando solo y me amenazó con irse a vivir con alguien con rulos.
De cualquier manera yo charlaba despacito:
— No seas tarado, avivate, nadie te quiere hacer nada, aflojale a la persecuta, si seguís con estas cosas vas a quedar viviendo en un envase negro y pelado.
... y de a poco empecé a asumirlo.
Un día descubrí que mi calvicie era directamente proporcional al tiempo en que me exponía a los espejos. Cuando me miraba mucho, más pelado me veía.
Cuando estaba un tiempo largo sin mirarme, me olvidaba que el pelo había decidido rajarse de mi cabeza.
Lo primero que hice fue abrir la puerta del botiquín del baño y fijarla con un fisher a la pared, de manera que nadie pudiera cerrarla y que yo no me viera nunca más al levantarme.
De a poco fui eludiendo los espejos, empecé a caminar por calles donde sabía que no encontraría vidrieras que me reflejaran y hasta decidí no parar en los charcos de agua.
Una mañana al levantarme lo resolví: ¡A partir de hoy tengo pelo otra vez!
Cuando alguien hacía alguna referencia, mi familia, de atrás, se enloquecía haciéndole señas al tipo: «que no, que se callara, que yo no estaba al tanto de mi calvicie».
Al principio fue como un juego.
Después, cuando llegaba mi cumpleaños mi mujer me regalaba peines y cepillos y mis hijos para el día del padre me compraban las mejores marcas de champú y de enjuague. Incluso hablaron con un peluquero amigo que me atendía cada dos o tres meses y hacía como que me cortaba el pelo.
Los meses pasaron y empecé a peinarme con la raya al medio, al costado otro día, para atrás los fines de semana, incluso en varias oportunidades me teñí las canas.
Era como si el pelo me creciera para adentro y los demás no pudieran verlo.
¡Pobres!
Y acá estoy... luciendo esta hermosa cabellera de color negro que cae sobre mis hombros.
Porque el pelo, como tantas otras cosas... es una cuestión de fe. Por Marciano Durán.
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