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Paysandú, Domingo 07 de Septiembre de 2008

Hecho bolsa

Opinion | 31 Ago Cuando utilizamos esta frase en el habla cotidiana queremos decir que nos sentimos cansados, destruidos, agobiados. Sin embargo, la frase se vuelve literal para señalar el estado en que se encuentran algunos espacios públicos —como la calle, el retiro correspondiente a la vereda— y privadas (terrenos baldíos) de la periferia de nuestra ciudad. Y es literal porque cuando uno pasa y ve esos basurales endémicos el elemento más destacado son las bolsas de nailon.
Cuando en 1862 Alexander Parker fabricó el primer plástico conocido, el nitrato de celulosa, seguramente no se imaginó lo útil y a la vez nefasta que sería su contribución al mundo.
Se dice que en 1971 el 2,42% de los residuos mundiales correspondían a elementos plásticos, que veinte años después ese porcentaje subió al 14%, mientras que en el 2001 el 57% de los residuos mundiales eran plásticos.
En nuestra ciudad, las bolsas de nylon particularmente, representan el elemento predominante de contaminación visual en los cursos de agua cercanos a la planta urbana, tales como el arroyo Sacra y La Curtiembre.
El hecho de que vecinos inescrupulosos tengan la brillante idea de tirar sus residuos lo más lejos posible de su casa pero siempre en la calle, la cuneta o algún baldío, empeora las cosas. Esta acción tan desconsiderada para quienes viven cerca del lugar donde otros tiran su basura no solo representa un peligro para la salubridad pública, por ser un caldo de cultivo para mosquitos, moscas y hasta ratas, sino que además es perjudicial para el ambiente.
Dependiendo de los micrones, una bolsa de nailon o polietileno demora en degradarse entre 100 y 400 años, lo que significa que con este tipo de prácticas no solo estamos atentando contra la ciudad en que vivimos sino también hipotecando el ambiente de nuestras generaciones futuras, puesto que lo que vemos en cualquier cuneta o baldío de Paysandú se repite en muchas partes.
Por eso, aunque suene un tanto utópico, la Junta Departamental de Soriano analiza un anteproyecto de ordenanza municipal que propone la disminución gradual del uso de las bolsas de nailon sustituyéndolas por otras de materiales biodegradables. Y está bien que lo haga.
Si hasta hace unas décadas la utilización de estas bolsas era casi inexistente, ¿acaso no podríamos vivir sin ellas? ¿Por qué no reflotar para los mandados la «chismosa» de la abuela?


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