Paysandú, Lunes 08 de Septiembre de 2008
Locales | 07 Sep El círculo vicioso
del gasto estatal
A veces escuchar y leer tanta discusión estéril que esquiva el tema de fondo preocupa, ya no solo en la clase política sino también en una ciudadanía que parece elegir no despertarse ante lo que resulta cada vez más evidente. Escaparse del problema es solo una forma de evadir la realidad, sin enfrentarla de una vez por todas.
Ojalá que sirva para leer, reflexionar y difundir.
Los ciudadanos se quejan a diario de la insoportable presión impositiva, de la inflación ya casi escandalosa y de escuchar por décadas aquello de la «pesada carga» que significa nuestra añosa deuda.
Es que el Estado se financia irremediablemente recurriendo a mecanismos que se derivan de ese trípode que conforman la emisión monetaria, los impuestos y el endeudamiento. Estas formas de sostener económicamente al Estado se combinan a diario para satisfacer no solo la desmedida vocación de poder de los políticos de turno, sino también para dar rienda suelta a los infantiles caprichos de la ideología imperante. Todo esto solo se logra con la imprescindible complicidad de ese renovado acuerdo ciudadano, que manifiesta expresamente su voluntad en cada elección y en cada discurso. Esto no es mérito solo de políticos que conveniente y funcionalmente se pliegan con entusiasmo a esa retórica.
Mucha gente defiende el Estado del Bienestar. Esas ideas imaginan un Estado fuerte. Quieren que el Estado se ocupe de todo, absolutamente de todo. No se dan cuenta que además de perder libertades al ceder derechos cotidianamente, a eso agregan la fuerza expoliadora de un Estado devorador de recursos, que cumple con ese mandato, que intenta hacer todo lo que la sociedad le pide, incluso perjudicarla.
Algunos ilusos prefieren creer que en realidad sus ideas son las correctas, pero que solo han caído, circunstancialmente, en manos de algunos funcionarios corruptos e inútiles que administran mal los recursos que se les confían.
La eficiencia es, en esencia, incompatible con la gestión pública. En todo caso es posible ser más cuidadoso en el uso de los recursos. La eficiencia tantas veces recitada, ha sido utilizada sistemáticamente como «caballito de batalla», como promesa electoral, como mera cuestión retórica, para convencernos que solo enfrentamos un problema de gestión y no de ideas incorrectas. Es el argumento político preferido por lo simple, para decir que quieren manejar la caja que hoy manejan otros.
Cada político opositor al oficialismo de turno nos quiere convencer de que «él lo hará mejor y será más eficiente», respetando el sacrificio de los contribuyentes. Nuestra historia dice todo lo contrario.
No solo no lo logran, sino que debutan inexorablemente proponiendo un nuevo impuesto o planteando la necesidad de endeudarse una vez más. Cuesta recordar un gobierno nacional, provincial o municipal que se anime a plantear la reducción del gasto estatal, intentando reducir la carga que soporta el ciudadano medio.
Siempre habrá una buena excusa para aumentar impuestos o endeudarse. Alguna obra de infraestructura que encarar, algún reajuste salarial prometido a los sindicatos o simplemente pagar los vencimientos de la abultada deuda que dejó el gobernante anterior.
Nadie habla de achicar el Estado, de reducir cientos de oficinas que no cumplen función alguna, de limitar los dineros que se dilapidan a diario, muchas veces rozando la obscenidad, frente a una sociedad que lucha poniendo el cuerpo todos los días en busca del sustento para sus familias.
Es una paradoja que en medio de tanta precariedad, tengamos un Estado rico que se ufana groseramente de su superávit, como si ese fuera un valor moral, pero que para ello explota con sus impuestos a los ciudadanos de los que se nutre para sostener su parasitaria estructura, que solo puede dar cátedra de abulia, pereza y conformismo.
Podemos discutir hasta el cansancio acerca de por qué tal o cual otro impuesto es inmoral o quejarnos por esta inflación tan destructiva que se ha posado sobre esta sociedad. Incluso podemos enojarnos por esa deuda que debemos pagar solidariamente, por la irresponsabilidad de vaya a saber qué cantidad de generaciones de dirigentes.
Lo concreto es que todos los partidos políticos tienen brillantes ideas para un Estado cada vez más poderoso. Sus cerebros son productores en serie de ocurrencias que solo prevén partidas presupuestarias adicionales que las pagará, de alguna manera, el siempre disponible contribuyente. O será un impuesto nuevo que lo abonará directa o indirectamente, o la suba de alguno que ya existe. Otra variante será pagar esa nueva genialidad, con la inflación que el Estado genera cuando emite graciosamente para sostener sus perversos mecanismos de poder. Ahora pretenden, además, convencernos de que no solo se puede crecer con inflación sino, que hasta es bueno tener algo de ella.
De la deuda ya sabemos bastante. Nos vanagloriamos, de vez en cuando, de que somos capaces de no pagarla, y además la juzgamos de inmoral pese a habernos gastado el dinero. Total, siempre tendrán la responsabilidad otros ineficientes y corruptos que estuvieron antes que el gobernante actual.
Mientras no seamos capaces de debatir seriamente acerca de lo que le corresponde al Estado hacer y lo que no es su ámbito, seguiremos discutiendo solamente cómo financiarlo. Una discusión importante a la que podemos llegar sin tantos prejuicios. Es preciso abandonar el paradigma de que debemos producir, trabajar, generar riqueza para que el Estado voraz, desordenado y desprolijo que hemos sabido engendrar, despilfarre nuestros esfuerzos con absoluta impunidad.
Abordar esta cuestión supone coraje ciudadano y político. Es tiempo de dejar de lado algunas ataduras que nos impiden discutirlo con profundidad. Mientras no podamos meternos de lleno en ese debate, seguiremos padeciendo sus consecuencias y siendo simplemente meros observadores de este círculo vicioso que nos propone el gasto estatal.
Alberto Medina Méndez
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