Paysandú, Martes 09 de Septiembre de 2008
Opinion | 04 Sep La estabilidad jurídica y política, tanto como la posible rentabilidad, son factores determinantes para captar la inversión, sobre todo la extranjera, pues reglas de juego confiables son el marco imprescindible para diseñar planes de negocios en el mediano y largo plazo, de forma de reducir factores de riesgo e incertidumbre.
De ahí la trascendencia de generar políticas de Estado que aseguren a los operadores un marco estable, cualquiera sea el partido en el poder, y este es precisamente un aspecto en el que Uruguay ha presentado falencias crónicas, ante las dificultades de acordar por encima de los intereses electorales que suelen aflorar.
Acaso la única gran excepción haya sido la aprobación de la Ley de Desarrollo Forestal, sobre fines de la década de 1980, en la que se establecieron mecanismos de estímulo y exoneraciones para que Uruguay dejara de ser el país sin árboles y tenga hoy más de 700.000 hectáreas forestadas para explotación industrial.
En esa oportunidad el sistema político supo romper con la constante de la improvisación y el cortoplacismo, con la búsqueda de réditos políticos inmediatos, para pensar en el país del futuro, y obtener los frutos dos décadas después, como está ocurriendo, cuando ya hay instalada una planta de celulosa, y otras en inminente inicio de construcción o anunciadas, además de decenas de aserraderos, chipeadoras, fábricas de contrachapados, etcétera., con la consecuente ocupación de mano de obra y dinamización de infraestructura en torno a polos de desarrollo en áreas rurales otrora olvidadas.
Así, de haberse acordado en su momento estrategias enmarcadas en una política energética de Estado hoy no estaríamos lamentando la vulnerabilidad del país en materia de generación de electricidad, dependiendo de las lluvias para salir de las crisis cada vez más frecuentes, y podríamos contar con energéticos alternativos ya en expansión en vez del muy incipiente intento en biocombustibles y energía eólica, como los posibles destinos de la inversión privada y pública en la materia.
El marco que aliente la inversión es fundamental para el desarrollo, como una forma de contrarrestar factores de riesgo y déficit en logística, frecuentes en países del Tercer Mundo.
En ese contexto deben evaluarse las conclusiones a que han arribado expertos internacionales en el seminario organizado por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, donde se expuso un trabajo de la Comisión Económica para América Latina (Cepal) y disertaron especialistas de Finlandia, Nueva Zelandia e Irlanda, que en el último tiempo han demostrado tener políticas y condiciones que les han permitido lograr un exitoso desarrollo económico.
Entre las definiciones expuestas por los expertos figuraron como elementos indispensables para alcanzar este objetivo la continuidad de las políticas institucionales más allá de los vaivenes políticos, la definición clara de los sectores a apoyar y la inversión en educación.
A la vez, la innovación fue considerada la herramienta que permitirá alcanzar altos niveles de competitividad y desarrollar el sector exportador, que es la palanca de apoyo para el crecimiento sostenido de la economía de cualquier país.
Pero sobre todo, la interacción entre el Estado y los actores privados, las alianzas estratégicas y la identificación de políticas y objetivos claros son elementos imprescindibles para establecer la sinergia de desarrollo que haga la diferencia entre la mediocridad y el ingenio para crear oportunidades donde menos se espera.
Otro catalizador de ese círculo virtuoso es el trabajo conjunto entre la diversidad de sectores de la sociedad, incluyendo gremios, empresarios y el Estado, en la búsqueda de consenso para la definición de propuestas, objetivos y las mejores estrategias para llevarlas a cabo.
A este grado de evolución no hemos llegado en el Uruguay ni por asomo. Pero todos los actores deberíamos asumir ya que es el camino a transitar, tarde o temprano, para que dentro de un tiempo razonable podamos dejar atrás muchos de los problemas que arrastramos desde nuestro nacimiento como nación.
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