PAYSANDÚ INTERIOR

Locales | 12 Sep Mientras el invierno se empecina en despedirse con mucho frío, una vez más salimos muy temprano a la mañana con destino a parajes cercanos a villa Quebracho. En esta oportunidad nos acompañó un antiguo vecino de la zona, Alfredo González.
La escuela 55 de colonia La Palma fue el primero de los lugares visitados. Allí, una fuerte estructura de material dejó atrás al viejo recinto que a pesar del tiempo se mantiene en pie y todavía muestra el patio central, los baños y la pista donde transcurrían festivales y quermeses. «Pensar que en esta pista llegué a bailar con orquestas en vivo...», comentó González. Seguidamente confesó que hacía mucho que no visitaba el lugar, y aunque todo le resultó muy distinto, reconoció cada rincón.
De nuevo en el auto y con el transcurso de los kilómetros, relató cómo eran las estancias y hasta dónde se extendía cada una de ellas: La Palma, Las Delicias, Arroyo Malo, Guaviyú, San José, La Favorita, Santa Rita. «Todas ellas fueron grandes estancias, fuertes y con gran movimiento», dijo. De pronto, una calzada advirtió del cruce de un arroyo. «Éste es el arroyo Mataojo», nos enseñó. «La verdad que se achicó, porque yo lo recuerdo mucho más grande... Iba hasta los alambrados; todavía se ven las marcas en los piques y el herrumbre de la alambrada que no se cambió».
La recorrida continuó y la escuela 53 de Arroyo Malo fue la próxima parada. Un pequeño pero coqueto edificio albergaba a un grupo de gurises en plena clase. El maestro Fernando Piñeiro, oriundo de Tacuarembó, hizo una pausa y ante nuestra solicitud de sacar una foto llevó a los pequeños hasta el patio de entrada. Tras un breve intercambio para no quitarles su tiempo, seguimos nuestro camino. El próximo destino era el establecimiento San Antonio, hoy propiedad de unos argentinos, otrora de Alfredo González. Un joven encargado sale a recibir las ocasionales visitas y la estadía se extiende un poco más. Tiene otro significado para nuestro guía, que mientras entrábamos a uno de los galpones comentó: «estos estantes los hice con mis propias manos y ¡cómo se conservan!». Y si bien el casco de la estancia fue reciclado, hay marcas que para él son inconfundibles. «Aquí estuve doce años de mi vida», expresó con cierta tristeza. El mediodía se acercaba y continuamos el periplo hacia la agremiación ruralista «Paso Emeterio», de Quebracho, donde según narró González los remates ganaderos congregaron a mucha gente. La gira concluyó con una visita al cementerio de la villa, a fin de visitar la tumba de Ciriaco J. Sánchez, caudillo que los blancos de la zona recuerdan con orgullo y sobre el que se han tejido mil historias.