Paysandú, Sábado 13 de Septiembre de 2008

Improvisando y sin futuro

Opinion | 12 Sep La imprevisión y la improvisación van de la mano en el Uruguay, un país donde se vive más de la nostalgia que del presente y mucho menos aún se piensa en el futuro, tal vez porque se mantiene todavía la idea de que los zapallos se van a acomodar solos en el carro, y peor, que el remedio a todos los males va a salir del Estado, como si éste fuera un maná que proporciona de todo sin costo alguno para que todos seamos felices.
Esta tesitura explica que en nuestro país no se hayan generado políticas de Estado en áreas estratégicas, que permitan que por encima del partido que acceda al poder, se mantengan las grandes líneas de trabajo, de forma de ofrecer certezas a los inversores y sobre todo generar infraestructuras que permitan llevar adelante las ideas acordadas.
Precisamente esta tesitura de que cada gobierno traiga su propia receta y muchas veces enmiende la plana al que le precedió, es el peor mensaje que se puede ofrecer a los operadores económicos y peor aún, insume al país en gastos exacerbados y mal utilizados, sin rumbo fijo y con medidas contradictorias.
Los uruguayos estamos, mal que nos pese, sujetos recurrentemente a estas manifestaciones flagrantes de irracionalidad, con altos costos para el país, que como veleta al viento es sometido a los avatares innecesarios de incongruencias y «parches» que llegan tarde y mal.
Y así, lo que a veces nos parece casi natural, por fuerza de la costumbre, resulta chocante para quienes provienen de naciones desarrolladas, donde precisamente se han logrado estadios más avanzados en base a organización, previsión y políticas de Estado que por encima de matices aseguran un rumbo claro para su instrumentación. Incluso los que han dejado el Uruguay para radicarse en otros países, al incorporarse a la dinámica de trabajo del lugar en el que se han instalado, al poco tiempo se percatan, por contraste, del grado de improvisación y de falta de perspectiva de futuro con que se trabaja en nuestro medio, donde la incertidumbre es el común denominador. Un lector del colega capitalino «El Observador», al analizar en una columna su percepción del Uruguay, tras un breve retorno desde donde está radicado, en España, advierte que ha podido evaluar las cosas «desde otra perspectiva, que me permitió ver cosas que antes no veía. Se me presentó un Uruguay sin neblinas, escuché algunas propuestas políticas, noticias de la realidad económica y social, observé a la gente, las calles, y regresé con la profunda convicción de que Uruguay no tiene un proyecto real de país, porque no hay nadie que diga qué es lo que quiere para Uruguay dentro de 20 años, no plantean una meta y pasos reales con un camino trazado a seguir».
También reflexionó que «vi un Uruguay a la deriva. Aquí en Europa hay temas electorales en discusión, pero en los grandes temas se ve un camino trazado, claro. Eso es lo que da seguridad al inversor extranjero y local, si no caemos en el ‘no lo hagas, te va a ir mal’».
Este es precisamente el mensaje que recibe el ciudadano todos los días, y lo que realimenta cortoplacismos que hacen que resulte poco menos que una aventura tratar de establecer un mínimo de previsiones y escenario probable hasta para el futuro inmediato, no ya en el mediano plazo. No es un problema solo del presente gobierno, es cierto, porque estamos ante un déficit en la materia que se arrastra desde tiempos inmemoriales, pero éste a la vez tampoco ha hecho mucho por acordar políticas de Estado con el resto de las fuerzas políticas, para asegurar un mínimo de reglas de juego estables, y ha intentado hacer las cosas solo a su manera.
Acaso lo más aproximado a una política de Estado ha sido defender la instalación de la planta de celulosa de Botnia, en proyecto que estaba ya en marcha desde la anterior administración, y que varios sectores de la fuerza de gobierno habían criticado desde la oposición. Y, como muchas veces las cosas se evalúan según del lado del mostrador en que se esté, el Frente Amplio puso de relieve cultura de gobierno y consideró que el Uruguay necesita esta como tantas otras inversiones, por encima de los eslóganes y la retórica de facilismos para captar adeptos.
Pero como una golondrina no hace verano y seguimos todavía improvisando hasta en áreas vitales como la energía, no debería postergarse ni un día más que los representantes de nuestro sistema político se despojen de banderías y traten de acordar, antes de ingresar de lleno en el fragor de la lucha electoral, dos o tres proyectos comunes de mediano plazo, para por lo menos demostrar que no está todo perdido, y que siempre se está a tiempo de hacer lo que se debe hacer.


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