Paysandú, Lunes 15 de Septiembre de 2008

Desde la época de «los buenos y los malos»

Opinion | 11 Sep Cuando parecía más o menos superado el antagonismo entre Estados Unidos y Rusia por la polarización que caracterizó la denominada «guerra fría» en las décadas de 1950 y 60, los recientes acontecimientos registrados en Georgia, con una región secesionista y la intervención directa de Moscú han incorporado un ingrediente adicional de fricción que no guarda relación alguna con aquella confrontación ideológica.
Es que no puede haber dudas respecto a que si bien felizmente la guerra fría terminó sin el holocausto nuclear que causó enorme temor en todo el mundo, sobre todo a partir de la crisis de los misiles de 1962 —cuando la antigua URSS debió desmantelar los misiles que había instalado en Cuba—, el gran derrotado fue el socialismo que la Unión Soviética había impuesto en las naciones vecinas, hasta conformar la Cortina de Hierro que dividía a los países comunistas de Occidente.
Aquellos países fueron haciendo una regresión, por la utopía de los regímenes comunistas que solo llevaron a sus pueblos conculcacion de libertades y pobreza, hasta que en cascada, sobre fines de la década de 1980, fueron sucumbiendo uno a uno. La lucha ideológica se dirimió porque cayeron los paradigmas de quienes la impulsaron, al punto que sus centralizadas y debilitadas economías debieron recomponerse apelando a los estigmatizados sistemas capitalistas. Que no son una fórmula mágica, por cierto, y que requieren una vigilancia y ajustes permanentes para corregir distorsiones que perjudiquen al más débil. Pero que se basan en la realidad del mercado, en la oferta y la demanda, en la retribución para quienes trabajan más y mejor, sin igualar hacia abajo, como se pretendía.
Rusia ha sido la sucesora de aquella Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que ha renegado del comunismo, apunta a la economía de mercado y basa su riqueza en su gran disponibilidad de petróleo y gas, así como un fuerte protagonismo industrial, entre otras áreas.
Pero aunque la ideología quedó atrás, quedan rezagos de aspiraciones de liderazgo y poder en la región, desde que seguramente los rusos aún no se resignan a la pérdida de la hegemonía que tuvieron en etnias vecinas durante largas décadas. La invasión de parte de Georgia se encuadra en estos resabios, como seguramente también lo es la pretensión de Estados Unidos de contar en la zona con aliados a toda prueba, y ha concertado alianzas militares y «escudos» misilísticos que han sido considerados como una amenaza o una intromisión por Moscú.
En fin, las cuotas de poder, las hegemonías, los intereses económicos para asegurar la provisión de energía, alimentos y yacimientos, entre otros factores, no desaparecen al esfumarse la confrontación ideológica, sino que toman caminos distintos, mucho más a tono con la época de gradual agotamiento de recursos naturales.
Salvo, claro está, que nos traslademos al Cono Sur latinoamericano y el Caribe, donde la alianza entre el ahora ex presidente vitalicio cubano Fidel Castro y el mandatario venezolano Hugo Chávez todavía se nutre de la nostalgia de aquellos tiempos. Mientras Cuba ensaya tímidas reformas para otorgar algunas libertades —no políticas, por cierto— y procura atraer capitales, el presidente venezolano sigue intentando erigirse en el líder de los pueblos latinoamericanos en base a la «solidaridad» de sus petrodólares, mientras saca pecho con sus diatribas anti Estados Unidos, que es su mayor socio comercial.
Ahora, tras gastar miles de millones de dólares en la compra de armas a Rusia, para «disuadir» a Washington de una intervención armada en la región, redobló su apuesta y anunció que recibirá a la flota rusa en noviembre para realizar maniobras frente a las costas del país caribeño, incluyendo buques de propulsión nuclear.
Es decir, que antes se criticaban ácidamente las maniobras navales Unitas con el «imperio», como gusta decir Chávez, pero ahora las que se desarrollen con el ex imperio soviético son «buenas» y una reafirmación de «soberanía latinoamericana».
Eso indica que aunque los tiempos cambien, como también lo hacen las personas, la hipocresía y el doble discurso siguen tan campantes, tan viejos como el mundo.


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