Opinion | 12 Sep En Uruguay el número de intentos de suicidio aumentó. Aseguran que hay menos muertes por suicidio pero sin embargo son más las personas que intentan matarse y no lo logran. A pesar de esto, Uruguay sigue siendo el país con mayor índice de suicidios de América Latina y por año 600 uruguayos dan fin a sus vidas.
Si bien el suicidio es el resultado de una tendencia patológica en la que interactúan componentes biológicos y psíquicos, el ingrediente social es el de mayor peso, por lo que la persistencia de una elevada tasa de muertes por esa causa evidencia una serie de carencias en nuestra sociedad.
El miércoles 10 de setiembre se conmemoró el día mundial de la prevención del suicidio y la Organización Mundial de la Salud hizo hincapié en la necesidad de que grupos vulnerables como los enfermos mentales, con depresión o alcohólicos, reciban un tratamiento adecuado y un seguimiento cercano. Al mismo tiempo pidió a los gobiernos que restrinjan el acceso a los métodos comunes de suicidarse, en alusión a las armas de fuego. Según el organismo mundial existe una clara evidencia de que una prevención adecuada —con intervenciones psicológicas de muy bajo costo— puede reducir las tasas de suicidio.
Lo que está claro es que en nuestra sociedad la autoeliminación sigue siendo algo de lo que poco se habla y en las familias o comunidades se oculta, considerándoselo como un problema individual. Sin embargo en la medida en que es un flagelo que se incrementa en estrecha proporción con aspectos sociales puntuales como la fragmentación de las familias y los grupos sociales o crisis de diferentes matices, se hace obvio que se trata de un problema colectivo. Por ello, como tal, debe ser abordado con el compromiso general. Si se pretende revertir el triste privilegio de mantener los índices más elevados a todos nos corresponde estar alertas, tender una mano y brindar contención. Los números son dolorosos pero debemos aprovecharlos como «golpes» o «llamados de atención» para ponerle el freno.