Paysandú, Jueves 18 de Septiembre de 2008
Opinion | 14 Sep Aunque el Poder Ejecutivo pretenda restar entidad al tema, es una realidad que rompe los ojos que el crecimiento que ha tenido el país en los últimos años es muy significativo en los números macro, pero que existe a la vez una flagrante falencia en cuanto a su distribución en los sectores de menores ingresos, sobre todo en el Interior, donde por tradición más tarda en manifestarse la reactivación y donde a la vez comienzan invariablemente las tendencias recesivas.
En esta coyuntura no entramos en una recesión, pero sí es notorio que estamos muy lejos del escenario que describen las jerarquías del Ministerio de Economía y Finanzas y otras autoridades, esferas que seguramente solo perciben el microclima montevideano y están lejos de estar en sintonía con la realidad del Interior.
Es decir que invariablemente, cualquiera sea el partido en el poder, se mantiene una dirigencia capitalina para la que solo existe el sur del Santa Lucía, y cuando se adoptan decisiones que involucran a todo el país simplemente se extrapola la realidad montevideana como si ese fuera el común denominador .
Lamentablemente, también existe en el Interior una dirigencia política genuflexa, que responde a los dictados del centralismo dentro de los respectivos partidos políticos, y que atiende más sus propios intereses personales o sectoriales que la situación de quienes los han llevado a cargos electivos. Solo así se explica que una y otra vez se hayan aprobado leyes en desmedro de los intereses del Interior, y que a la vez, sobre todo en el oficialismo, se defiendan a ultranza medidas que no tienen en cuenta al país integralmente, y basta citar a modo de ejemplo las normas aprobadas para subsidiar el boleto capitalino con recursos de todos los uruguayos.
Pero el gasto público, a pesar de su distribución desigual, es un tema que interesa —y afecta— a todos en cualquier lugar del país, porque lo financiamos todos los uruguayos y también, fundamentalmente, porque condiciona el futuro del país cuando se incorporan gastos fijos a financiar con ingresos coyunturales que pueden desaparecer de la noche a la mañana.
El ministro de Economía y Finanzas, contador Danilo Astori, que ya en tareas de precandidato presidencial hace rato que dejó de lado la prudencia fiscal y encuentra frecuentemente huecos para gastar ante los reclamos de las corporaciones de funcionarios públicos y grupos de presión, aseguró en las últimas horas que los cambios en la conformación del gasto le dan más margen para realizar ajustes en caso de que el contexto externo empeore, aunque cree que no hay indicios que preocupen para el futuro cercano.
Ojalá estuviéramos en condiciones de compartir el presunto optimismo del ministro candidato, desde que su evaluación parece más una expresión de deseos que un análisis desapasionado de la situación, que está lejos de ser distendida, mucho menos en un país altamente vulnerable como el nuestro, en el que están pendientes las reformas estructurales que podrían ponernos más o menos a cubierto de los vaivenes de siempre en el contexto internacional.
Tampoco coincide su evaluación de que el país ha crecido con una mejor redistribución de la riqueza con lo que percibe el ciudadano común, sobre todo los pasivos y los sectores de menores ingresos, a los que cada vez se les hace más difícil llegar a fin de mes y deben volcar prácticamente todo su salario a la compra de artículos de alimentación y del diario vivir.
En Paysandú y en el Interior el crecimiento ha arrojado solo unas migajas, y los planes asistenciales que procuran mitigar las carencias solo durarán hasta que haya plata para que el gobierno distribuya en planes que tienen poco y nada de sustentables.
No debe menospreciarse el dato, que ha pasado prácticamente desapercibido, de que en julio la recaudación del IVA detuvo su crecimiento, a tono con las advertencias de los supermercados sobre un menor ritmo en el aumento de la facturación.
Y aunque la Dirección General Impositiva insiste en que se está ante un enlentecimiento transitorio, debido posiblemente al pago del IRPF o el impacto del descuento adicional en el medio aguinaldo, esta realidad hace ya un buen tiempo que se manifiesta fuera de Montevideo. Y los sanduceros en particular las estamos sufriendo, salvo en fechas puntuales.
Haría bien el gobierno en dejar de lado al menos por una vez la soberbia capitalina y tomar nota de lo que acontece en el país, el de todo el territorio nacional, para no tener que salir tarde y mal a tratar de reparar lo que podría haber evitado con un poco de sentido común y menos preocupación por la suerte electoral.
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