Paysandú, Viernes 19 de Septiembre de 2008
Opinion | 18 Sep La reciente cumbre de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), en la que se analizó la crisis boliviana, en la que también se contó con la presencia del secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), respondió a una convocatoria de la mandataria chilena Michelle Bachelet, preocupada por el cariz que han cobrado los acontecimientos en el país del altiplano y sobre todo con el objetivo de enviar un claro mensaje de que no hay tolerancia en la región para que surjan regímenes tiránicos violatorios del orden institucional y democrático.
La inquietud la tenemos todos quienes desde siempre asumimos que las instituciones democráticas son la garantía de la vigencia del estado de derecho, y que cuando se conculcan las libertades, esgrimiendo muchas veces argumentos de interés nacional y de defensa contra la injerencia extranjera, se ingresa en una espiral de desenlace imprevisible, con los ciudadanos como las seguras víctimas de la vigencia del imperio de la fuerza.
Este organismo, de reciente creación, es un intento de algunos países sudamericanos de crear una especie de OEA sin Estados Unidos, al que pretenden hacer responsable de todos los males que padece el subcontinente, como si nuestras propias limitaciones e idiosincrasia no tuvieran nada que ver en la forma en que resolvemos nuestros problemas.
Pero, más allá de la coyuntura y los motivos, es positivo que las naciones del subcontinente se reúnan para deliberar, analizar problemas comunes y eventualmente se dibujen líneas de acción, pese a la tradición de que estos encuentros culminan en declaraciones de ocasión, invariablemente insulsas y como resultado de una trabajosa negociación que resulte un punto medio respecto a posiciones encontradas.
Y más allá de la legítima y justificada inquietud por la suerte del país hermano, que es escenario de luchas fratricidas enmarcadas en intentos secesionistas, intereses económicos y también teñidas de elementos ideológicos provenientes tanto del gobierno como desde la oposición, es notorio que en la Unasur surgieron dos posturas claramente definidas. Una fue liderada por el presidente venezolano Hugo Chávez, que apuntaba a culpar al «imperialismo» de Estados Unidos por todo lo que pasa en Bolivia, y otra por Brasil, que intentó ¨licuar» la condena y situar la declaración en términos diplomáticos aunque firmes, respecto a la necesidad de establecer una tregua entre el gobierno y la oposición, y condenar toda injerencia extranjera, sin centrar el cuestionamiento solo en Estados Unidos.
Finalmente, la Declaración de La Moneda se aprobó por unanimidad, y contempla crear una comisión abierta a todos los países de la Unasur, coordinada por la presidencia pro tempore a cargo de Chile, para acompañar la mesa de diálogo entre el gobierno y la oposición de Bolivia, dirigida por el presidente Evo Morales. Expresa su más decidido respaldo al gobierno constitucional, cuyo mandato fue ratificado por una amplia mayoría, así como una severa advertencia a cualquier ruptura institucional, al señalar estos países que no reconocerán cualquier situación que intente un golpe civil y la ruptura del orden institucional».
Horas antes, el mandatario bolivariano socialista venezolano Hugo Chávez había advertido a su arribo a Santiago que «en Bolivia está en marcha una conspiración internacional facturada y dirigida por el imperialismo norteamericano, tal como ocurrió aquí en Chile, en 1973», y para no dar lugar a dudas sobre su reflexión, acusó al comandante de las Fuerzas Armadas de Bolivia, general Luis Trigo, de no obedecer las órdenes del presidente Evo Morales, y reiteró que no se quedará de ‘brazos cruzados`» si éste es derrocado.
Así, reafirmando su convencimiento de que es Simón Bolívar reencarnado en el Siglo XXI para guía de los pueblos, no vacila en amenazar con la intervención directa en otro país que está bajo su «·protectorado» para imponerle a los bolivianos por la vía militar su visión de un gobierno «bueno», ante los «malos» norteamericanos que, esos sí, no tienen ningún derecho a intervenir en los asuntos internos de Bolivia, como él.
Pero por fortuna tenemos a Chávez. Sin él, sin su sabiduría legendaria, sin su mente preclara, quién sabe que sería de nosotros, los pobres latinoamericanos.
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