Paysandú, Sábado 20 de Septiembre de 2008
Opinion | 16 Sep Cuando estamos asistiendo a un sostenido descenso en los precios del petróleo y en forma paralela a una retracción en los de las materias primas, lo que genera una pausa en la presión sobre la economía mundial, es buen momento para reflexionar, con menos margen de apremio, hacia dónde va el Uruguay en su matriz energética, desde que es notorio que no existen políticas de Estado y sí un abuso de la improvisación, que muy cara le resulta al país. Todo indica que la burbuja de precios se está desinflando y que salvo situaciones por ahora imprevisibles, el escenario va a tender hacia una estabilidad, lo que no quiere decir que volvamos a los facilismos de siempre, para acordarnos de Santa Bárbara recién cuando truena.
Al contrario, es una coyuntura en la que es preciso analizar con cabeza fría las alternativas que se abren al Uruguay en este campo, en el que somos altamente dependientes, por nuestras propias omisiones y deficiencias estructurales que repercuten negativamente en la capacidad de respuesta.
Es decir que el sistema político se está debiendo a sí mismo y sobre todo al país la adopción de políticas de mediano y largo plazo, por encima de intereses electorales en busca de réditos y méritos inmerecidos.
Es positivo, en este contexto, que se haya aprobado la «ley de biocombustibles», para sustituir parcialmente combustibles fósiles como los derivados del petróleo, aliviar la factura por la compra de crudo y a la vez reciclar esos recursos dentro de fronteras, mientras se ensayan licitaciones —todavía en forma muy lenta— para que los privados puedan obtener electricidad de fuentes alternativas para venderle a UTE.
Es cierto también que las autoridades de este organismo han estado remisas a convocar para comprar cantidades significativas de electricidad, en aras de reducir la dependencia de nuestros vecinos y evitar estar una y otra vez clamando por lluvias para los embalses hidroeléctricos. Pero esa es solo una parte visible de un problema que no va a desaparecer porque baje el precio del petróleo.
Ello nos dará una tregua solo hasta la siguiente crisis y el desafío es que precisamente hagamos el mejor uso posible de esa tregua, con un sistema político maduro y con altura de miras para convocar a técnicos en la materia que puedan diseñar la política de Estado hasta ahora ausente, en vez de que cada gobierno o ministro se presente con la presunta fórmula salvadora.
Además, la gran interrogante que se plantea —y naturalmente no solo en nuestro país— es si realmente en el futuro cercano podremos contar con el gran sustituto del omnipresente petróleo. Lentamente se ha ido instalando el debate sobre si es posible y conveniente para el Uruguay la instalación de centrales eléctricas nucleares, como tienen Argentina y Brasil, sobre todo teniendo en cuenta que en la década de 1970 se aprobó una ley —insólita por cierto— por la que se prohíbe la instalación de centrales nucleares en el país.
Ya esta sola mención ha generado un debate sobre los pro y los contra acerca de esa instalación, empezando por la pérdida del valor diferencial de país natural, el alto costo de las usinas y la preparación de técnicos, la amenaza de accidentes —actualmente minimizada— y el hecho de que igualmente debería importarse el material fisionable para su funcionamiento. No debe obviarse tampoco que se acumulan desechos atómicos y que deben por lo tanto crearse basureros para con los años acumular toneladas de material contaminante no degradable, acondicionado en envases de alta seguridad, a la espera de que algún día se encuentre una solución para su real eliminación.
Por todo lo anterior se trata de un dilema difícil de dilucidar, aunque en otros países el tema sea manejado con naturalidad, si bien con un margen de seguridad muy delicado. Igualmente, todo indica que no estamos ante el gran sustituto del petróleo, como se perfila en cambio el hidrógeno, que tiene gran poder energético, es limpio y abundante, y que requiere mejorar la tecnología para obtenerlo en forma económica y convertible por fuentes naturales como la energía eólica o la solar.
En Uruguay ya se están realizando experiencias en esa área, para avanzar mientras se encaran los grandes cambios tecnológicos en los países desarrollados, de forma de que se estima que para 2020 se estaría en condiciones de que el hidrógeno comience a desplazar al petróleo y sus derivados.
Es decir que estamos a poco más de una década del probable gran cambio, y es preciso estar preparados, con políticas basadas en nuestra propia realidad en cuanto a diversificación de la matriz, pero atentos al rumbo hacia el que va el mundo.
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