Paysandú, Lunes 22 de Septiembre de 2008
Locales | 19 Sep El sol comenzaba a iluminar la mañana; pero, como todavía no llegaba a calentar lo suficiente, restos de la helada tapizaban los campos. Y aunque el frío era intenso, la fuerza con que llegaba el astro rey prometía una espléndida jornada. En esta oportunidad nuestro destino es Palmar de Quebracho. A medida que nos internamos por los caminos vecinales, nos abruma la intensidad del verde y, de alguna manera, los montes de eucaliptos junto a los alambrados parecen intimidar al visitante de turno.
Tras casi una hora de recorrer la zona de influencia de Quebracho, llegamos a la chacra de David Henderson. El hombre estaba en plena tarea de ordeñe, pero al escuchar el motor del auto dejó por un instante sus tareas y se acercó a la tranquera para saber de quién se trataba. Tras la presentación y exposición del motivo de nuestra visita, no dudó un instante en invitarnos a pasar, gesto recurrente en la conducta de la gente de campo.
Ya en el interior de su casa, la charla se desarrolló sin mucho protocolo. Y así Henderson recordó otros tiempos, con cierto dejo de nostalgia, mezcla extraña de alegrías y tristezas. Nacido en la zona de Palmar de Quebracho, tiene 60 años, es padre de cinco hijos y tiene un par de nietas que lo ayudan en algunas de las tareas de la chacra. Según se desprende de su relato, ni por casualidad le cruza por la mente la idea de dejar el lugar que lo vio nacer. «Es lo que sé hacer y lo que he hecho toda mi vida. Si me voy para la ciudad, ¿qué hago? Mi vida está acá», comenta, convencido de cada una de sus palabras.
«Los que dejaron con tiempo las chacras quedaron bien, pero el que siguió porfiando terminó por fundirse, porque las tierras se liquidaron» dijo Henderson arma un tabaco con envidiable paciencia y recuerda que «cuando llegaron los préstamos del banco, para intentar cuidar la tierra haciendo curvas de nivel, estas ya estaban todas fundidas, los campos se habían lavado. En Santa Kilda, por ejemplo, yo vi fundirse a todos los colonos. Acá le ocurrió a la mayoría. Cuando se hicieron viejos se fueron para el pueblo y las tierras quedaron fundidas, liquidadas. Finalmente terminaron por venderlas para los eucaliptos. Estamos rodeados y la verdad que no sé cómo no me han sacado de aquí, pero calculo que me voy a tener que ir».
«Yo tengo un tambo chico, con unas 20 vacas, sobre un campo de 36 hectáreas. En otra época, cuando no estaban las forestales, pasaba el camión de Coleque que hacía el recorrido Cerro Chato y Carumbé; pero para que el camión levantara la leche teníamos que sacar unos trescientos litros y la verdad que nunca llegamos a esa producción. Lo más que hemos sacado han sido 120 litros. Con el mal estado del camino y la falta de colonos, Coleque se terminó».
«Por aquel tiempo había más gente, por ejemplo en la colonia Tres Palmas, donde creo que todavía quedan dos colonos. Allí llegaron a producir una buena cantidad de leche, pero la cosa cambió. Eran otros tiempos. Hoy la vamos llevando», reflexionó.
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