Paysandú, Miércoles 24 de Septiembre de 2008
Opinion | 20 Sep Si un lector desprevenido hubiera estado fuera de Uruguay por lo menos tres años y no supiera que el Frente Amplio ejerce el gobierno, seguramente hubiera considerado que la reciente interpelación a dos ministros por la venta de Pluna a una empresa privada y el resultado desastroso de esa operación para el país había sido concretada por un gobierno de un partido tradicional, y que la parte que cuestiona la operación era la izquierda, a juzgar por los antecedentes de uno y otro en la materia.
Pero ocurre a la inversa, como todos sabemos: quien llevó adelante la compra contra viento y marea fue el gobierno de Tabaré Vázquez, y quienes cuestionan el negocio son los partidos tradicionales, en tanto eso sí, en todos los casos debería llamar la atención el ominoso silencio de la central sindical PIT - CNT, en el pasado tan contraria a cualquier venta del «patrimonio nacional» a los «piratas» del extranjero que en su óptica solo pretenden venir a lucrar con el esfuerzo de los uruguayos.
Es decir que las cosas cambian según del lado del mostrador de que se esté, y en este caso el Frente Amplio promueve asociaciones con privados y ventas de empresas del Estado, porque ha asumido que la gestión en manos estatales conspira contra su mejor desempeño, desde que solo puede subsistir en régimen monopólico.
Pluna fue un dolor de cabeza para los gobiernos anteriores, lo fue también cuando la asociación y venta parcial a Varig, y ahora lo es para el Frente Amplio, cuando le vendió el 90% al desconocido consorcio Leadgate, con el Estado de garante para la compra de aviones por unos 100 millones de dólares, y encima ha perdido 27 millones en un año.
Y todo por tener una línea aérea uruguaya, en teoría con la excusa de que debería darnos «soberanía» de nuestro cielo para transportar pasajeros, lo que resulta una ridiculez de principio a fin. La aerolínea es utilizada por un mínimo de personas, que no llega al uno por ciento de la población, y la mitad de ellos no son uruguayos. Pero sí es de todos los uruguayos, y no solo de los pocos que viajan, la plata que se debe poner para hacer funcionar la aerolínea.
Claro, también está en carpeta la pretendida asociación de AFE con privados para recuperar el ente del riel, que prácticamente no existe pero que sin embargo le sigue costando mucha plata a los uruguayos, como también le cuesta el sector cemento portland de Ancap, que pierde unos 8 millones de dólares al año, que ya va juntando un déficit de 35 millones y que va por más debido al encarecimiento del gas natural para los hornos.
Y pierde porque esta vez no puede trasladar el costo de su ineficiencia a los consumidores, duplicando o triplicando el precio del cemento, porque no tiene el monopolio y la competidora privada es mucho más eficiente. Ahora el directorio del ente ha puesto en marcha un proyecto que involucra una inversión del orden de los 140 millones de dólares, para modernizar las plantas de Minas y Paysandú, lo que se agrega a lo que seguirá perdiendo hasta que teóricamente deje de hacerlo, para lo cual no hay plazo.
Pero tampoco hay garantías de que pueda vender más barato o al mismo precio que la empresa privada y hasta podría seguir perdiendo, pese a un plan de negocios y de recuperación de inversión cuya viabilidad puede sonar bien en los papeles, pero que está sujeto a muchos avatares, incluyendo naturalmente la gestión por el Estado y la burocracia inherente a su funcionamiento como empresa.
Algo hemos adelantado: por fin el gobierno de izquierda ha asumido que el ciudadano no debería seguir poniendo plata para sostener empresas que, en manos del Estado solo aparejan mayores costos sin retorno, aunque los eslóganes como el de las empresas «de los uruguayos» suenen atractivos para algunos.
Por supuesto, son de los uruguayos que trabajan en ellas, que tienen inamovilidad, que ganan muy buenos sueldos, que tienen otros beneficios y que no tienen problemas si las empresas trabajan con números en rojo, porque el Estado, es decir el resto de los ciudadanos, pondremos recursos para mantenerlas funcionando.
Y si algo bueno ha surgido de que los actores hayan estado alternativamente en diferentes lados del mostrador, es que ha quedado al desnudo que los eslóganes contagiosos parecen fáciles de hacer realidad solo cuando no se tienen responsabilidades de gobierno.
Lejos de tiempos electorales, esta es una lección que deberíamos aprender todos, para que no resulte tan fácil distorsionar la realidad para captar votos.
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