Paysandú, Miércoles 24 de Septiembre de 2008
Opinion | 21 Sep El reciente relevo en el Ministerio de Economía y Finanzas se ha dado felizmente en un contexto político –el ex titular Danilo Astori se dedicará desde el Senado a promover su precandidatura a la Presidencia por la fuerza de gobierno— y no por imperio de una medida desesperada en procura de rectificar rumbos, ante señales de alarma severas en la economía, como ha ocurrido en más de una oportunidad.
Ello explica que no se hayan registrado movimientos significativos en los operadores como consecuencia de expectativas, incertidumbre o temores, a la espera de que estas dudas se despejasen, a efectos de minimizar riesgos.
Todo indica que Alvaro García, sustituto de Astori, que entre sus antecedentes incluye el de haberse desempeñado como presidente de la Corporación Nacional para el Desarrollo, pretenderá darle continuidad a la política económica, tras haber concluido la instancia de la Rendición de Cuentas, en la que el ex titular incorporó gastos adicionales por unos cuatrocientos millones de dólares, buena parte de los cuales incorporados como compromisos fijos.
Claro que en economía nunca hay certezas, y menos para un país como Uruguay, altamente vulnerable y dependiente, por más que el ministro saliente haya asegurado una y otra vez que estamos a cubierto de los avatares del escenario internacional, ante la reciente crisis financiera de las bolsas y la consecuente oleada de corridas y búsqueda de refugio de los capitales.
Quiere decir que aunque el rumbo está más o menos trazado, siempre será necesario introducir correctivos y medidas de ocasión para atender situaciones puntuales, que serán responsabilidad del nuevo ministro. También debe tenerse presente que no solo se fue Astori, sino que además renunciaron directos colaboradores, que lo acompañarán en su campaña, salvo el ex subsecretario de Economía, Mario Bergara, quien asumió la presidencia del Banco Central, por lo que el nuevo secretario de Estado asume el cargo con una tutela más o menos disimulada del ahora senador precandidato.
El flamante secretario de Estado evaluó que más que le preocupa, lo «ocupa» la situación internacional. «Estamos atentos a las diferentes evoluciones. Uruguay ha trabajado mucho para reducir las vulnerabilidades que tiene como país pequeño y las ha reducido bastante», precisó, a la vez de asegurar que «habrá una absoluta continuidad de las líneas macroeconómicas». Claro, un ministro de Economía, recién asumido o con años en el cargo, no puede ni debe decir otra cosa. Ocurre que una economía no solo se construye sobre realidades tangibles, sino que tiene que ver también con expectativas, con la imagen de seguridad y confianza que debe transmitir a través de su gestión y sus actitudes ante los operadores económicos.
Y por encima de estos aspectos subjetivos, es cierto que Uruguay está mejor que hace pocos años, cuando fue devastado por la crisis de 2002, y a la vez todavía está transitando con el viento a favor de la economía mundial, desde que pese a que se ha atenuado la «burbuja» de los commodities, se mantiene una buena demanda de nuestros productos básicos agropecuarios y el petróleo sigue en el entorno de los cien dólares el barril.
El problema radica igualmente en que se ha comprometido gasto público por encima de lo aconsejable, al amparo de esta coyuntura positiva, y resulta harto difícil desandar camino cuando el escenario se está deteriorando, sobre todo en año pre- electoral, en que se ha aflojado la severidad en el gasto, que se anunció se enmarcaría en una conducta fiscal razonable hasta hace pocos meses. Las campañas electorales resultan la prueba de fuego para todo ministro de Economía, y aunque el ex titular se haya desligado del ministerio, su irrupción como precandidato de la fuerza de gobierno y ex conductor de la política económica lo expone sin atenuantes ante el juicio del electorado en caso de que las medidas del equipo económico, y aún las consecuencias del escenario internacional, afecten la situación económica de la población.
De ahí que García tenga ante sí la responsabilidad de conducir la economía en plena campaña por la retención y captación de votantes por la fuerza de gobierno, lo que significa conciliar en la medida de lo posible, entre las decisiones técnicas y las políticas, la prudencia en las cuentas fiscales con los facilismos de los carnavales electorales, cuando se derrama dinero que no se tiene a cuenta de que el desarreglo lo pague el gobierno que venga, del partido que sea.
Y en este dilema entre hacer lo que se debe hacer y las tentaciones por la retención del poder, esperamos que el nuevo ministro tenga la necesaria ponderación y sentido común que requieren las circunstancias, porque el país será el gran beneficiado.
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