Paysandú, Jueves 25 de Septiembre de 2008
Opinion | 19 Sep Mal que le pese a la ministra del Interior, la población sigue a merced de la delincuencia, que en el caso de los menores pone de relieve las incongruencias más grandes y desatinos que se han cometido en la legislación de nuestro país, al punto de sobreproteger al «infractor» y lograr precisamente lo inverso a lo que teóricamente se propuso: alentar los desbordes de una generación que no tiene ni respeta valores y que pasa a la mayoría de edad con el convencimiento de omnipotencia que les genera la impunidad. La población es asediada día tras día por una delincuencia cebada, que no tiene escrúpulos ni miramientos de ninguna clase, a la que le da lo mismo maltratar, golpear o asesinar a un anciano para robarle aún míseras pertenencias, que destrozar a pedradas los vidrios de la casa en la que residen vecinos que se atreven a denunciarlos, que se mofa de la Policía, atada de manos y pies para proceder, y que tiene en el Poder Judicial un aliado involuntario por una legislación pensada para una realidad de hace medio siglo. Tampoco hay una mejor actitud con los delincuentes mayores de edad, y salvo casos aislados en los que se procede con severidad, muchas veces la población asiste azorada a fallos por los que se deja en libertad a malhechores consumados y reincidentes, cuando han cometido delitos flagrantes contra la propiedad y aún hechos de sangre.
Es cierto, es información primaria en cuanto a la forma en que se han desarrollado los hechos, en tanto el magistrado debe atenerse al expediente, pero aún con esta salvedad no se disipa la impresión generalizada de que se están priorizando los derechos de los delincuentes por sobre los de los ciudadanos.
Recientemente la ministra del Interior, Daisy Tourné, responsabilizó nuevamente a los medios por el tratamiento que dan a las informaciones sobre actos delictivos, porque a su juicio dedican demasiado tiempo y espacio a informar sobre estos episodios, y contribuyen a «atemorizar» a la población por la forma en que se presenta la noticia.
La secretaria de Estado debe tener muy pobre impresión sobre el grado de raciocinio de los uruguayos: debe creer que la mayoría de la población vive dentro de un frasco, y que solo se entera de lo que ocurre afuera cuando prende la televisión, escucha la radio o lee los diarios, como hacía Peter Sellers en la película «Desde el jardín».
Lamentablemente los uruguayos no tenemos más remedio que salir a la calle y sufrir en carne propia la realidad que la ministra pretende disimular con sus declaraciones fuera de lugar, como si los ciudadanos necesitaran de sus reflexiones y excusas para justificar el por qué los vecinos se enrejan, contratan guardias de seguridad cuando pueden y se refugian en sus hogares ya al caer la tarde, o por qué los ancianos ya no pueden salir ni a plena luz del día.
A través de su argumentación delirante, atribuye a los medios de comunicación el temor que siente la población, por el «tratamiento» que dan a las noticias. Es decir que según su óptica los medios de prensa están deformando la realidad, quién sabe con qué oscuros intereses políticos, o simplemente para fastidiar a quienes en el gobierno sostienen que se trata de una «sensación térmica» alejada de lo que ocurre en el país.
La ministra, al querer vendernos esta fábula, pretende ignorar que el miedo ya está instalado en la sociedad, en sus diversas formas, aunque no mire televisión, no lea diarios ni escuche radios. Y el gran culpable de esta situación es el Estado, que debería garantizarnos seguridad y contar con instrumentos para aplicar la autoridad como debe ser, en el marco de la vigencia del Estado de derecho.
Es que sin libertad, sin seguridad ciudadana, no podemos hablar de Estado de derecho más que como eufemismo, porque gradualmente se va generando descreimiento en la Justicia, en la Policía, en el gobierno y peor aún, en las instituciones democráticas. Y eso debería tenerlo bien presente la ministra, para dejar de pretender mostrarnos una realidad virtual, que solo ella percibe, o peor aún, en una manifestación de soberbia en tanto quienes no piensan como ella no merecen siquiera ser tenidos en cuenta. ¿Estaremos todos equivocados?
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