Paysandú, Martes 30 de Septiembre de 2008
Opinion | 27 Sep Los cambios profundos que se están registrando desde hace años en nuestra sociedad, en la composición del núcleo familiar, y la transmisión de valores a los niños y jóvenes son parte de una problemática muy vasta, y que repercute en forma aguda en el tejido socioeconómico de nuestro país, para bien y para mal.
Sería un juicio de valor apresurado evaluar que todo tiempo pasado fue mejor, para estigmatizar estos cambios, que tienen sí componentes negativos que inciden para que se de un escenario en el que la delincuencia, la drogadicción, el embarazo adolescente, la marginación, el déficit educativo, en formación y capacitación, tengan una prevalencia crítica en una sociedad que no tiene respuestas valederas ante esta realidad.
Y por cierto que los niños son los primeros receptores de estos cambios, muchos de los cuales no provienen de un hogar considerado típico, sino de células familiares monoparentales, en los que la madre debe permanecer muchas horas fuera del hogar trabajando, donde no existe la figura paterna como referencia, con dificultades económicas en su gran mayoría, déficit afectivo y dificultades en la inserción y la convivencia.
Ante esta problemática sin alternativas valederas en el corto plazo, es fundamental atender al niño desde temprana edad para sustraerlo a las consecuencias más adversas para su formación, en lo que la educación primaria resulta fundamental como barrera de contención para los factores distorsionantes en este escenario, y a la vez despertar inquietudes por el estudio e inculcar valores.
En este contexto, en los últimos años se ha incorporado como elemento diferencial muy positivo la creación de las escuelas de tiempo completo, de las que actualmente hay 118 en todo el país, de un total de 2.353 comunes. La escuela de tiempo completo implica que el niño permanece ocho horas en el centro escolar, lo que puede parecer excesivo para quienes hemos sido formados en escuelas comunes, pero que en cambio significa un valor diferencial positivo para escolares que enfrentan una problemática familiar enmarcada en los aspectos que mencionábamos.
Debe tenerse presente, además, que los niños uruguayos suelen permanecer frente al televisor más tiempo que en la escuela, según reveló una investigación realizada por la Oficina de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), si partimos de la base de que la educación primaria en Uruguay es de media jornada, es decir de cuatro horas diarias. Las autoridades de la primera etapa de la enseñanza entienden que tres horas y media de clases por día –descontando el recreo de media hora—es muy poco, ante un vacío consecuente que es llenado por actividades que no contribuyen positivamente a su educación y crecimiento en valores, por lo que desde 1996 se ha instrumentado el sistema de escuelas de tiempo completo, que es evaluado positivamente y se apunta a extenderlo y universalizarlo en el mediano plazo.
Al explicar las razones para esta decisión, la directora del Consejo de Educación Primaria, Edith Moraes, consideró fundamental para lograr un adecuado desarrollo de los niños promover una educación que les dedique un mayor número de horas, porque presentan serias deficiencias en lenguaje, en capital cultural, y tienen muchas dificultades para la vida de relación, según da cuenta el diario El País.
Un instrumento clave para esta política lo constituyen las escuelas de tiempo completo, para las que hay una gran demanda social, sobre todo si tenemos en cuenta la circunstancia de que niños provenientes de hogares monoparentales encuentran un ámbito apropiado para su formación y a la vez sustraer tiempo a las actividades que no los enriquecen culturalmente y menos aún en valores.
Las estadísticas de Primaria indican que los alumnos de las escuelas de tiempo completo presentan los más bajos índices de repetición en esta rama de la educación, y es así que desde hace diez años este tipo de escuelas registran un descenso de 7,5 puntos porcentuales en el fracaso escolar, al pasar de un 13, 3 por ciento en 1997 a 5,8 en 2007.
En estas escuelas el niño comparte la mitad de la jornada de trabajo clásico en el aula con la modalidad taller, ya sea de informática como educación física, lengua, ciencias naturales, teatro, expresión plástica o artística, entre otras disciplinas, además de recibir desayuno, almuerzo y merienda en los comedores de los centros educativos.
Y si bien no estamos ante la solución ideal ni nada que se parezca, para un problema que consta de varias vertientes, debe evaluarse como un aporte de gran proyección la actividad de estas escuelas de tiempo completo para contribuir a combatir el «núcleo duro» de la marginación y la pérdida de valores, por lo que debe compartirse la intención de ampliarlas, por lo menos a efectos de atender a las decenas de miles de niños en situación comprometida, y en lo posible, encontrar alternativas similares para proyectarlas a la formación de adolescentes, donde las distorsiones se multiplican y agravan significativamente.
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