Paysandú, Domingo 05 de Octubre de 2008
Opinion | 02 Oct Tal vez antes de lo que podría esperarse, y en forma mucho más traumática que lo que surgía del escenario de los últimos meses, sobrevino la crisis financiera originada en Estados Unidos, pero que impacta fuertemente en los mercados mundiales, con proyecciones todavía muy difíciles de evaluar.
Es cierto, tras la debacle de Wall Street y el efecto de arrastre hacia las demás bolsas, se presume una gradual recuperación hasta llegar a un nivel que seguramente no será el mismo que teníamos hasta antes de la crisis, con una actitud de tensa expectativa y seguramente de retracción en la demanda y los créditos, pero el síndrome del «lunes negro» llegó para instalarse, hasta que las cosas comiencen a despejarse.
No puede sorprender a nadie que más o menos siga el devenir de los acontecimientos y en base a la experiencia que surge de los ciclos de la economía mundial, que a una depresión le siga un período de expansión y hasta de bonanza, como la que estábamos viviendo, sobre todo en el caso de países como Uruguay, vendedor de materias primas, y tomador de precios y altamente vulnerable a los avatares de los mercados mundiales.
Es decir que nadie ignoraba –muchos menos el ex ministro de Economía Danilo Astori y los demás integrantes del equipo económico de la presente administración de gobierno— que la bonanza era parte de una burbuja de la economía, y que como toda burbuja, llega a un momento en el que resulta insostenible y estalla por su propia inviabilidad.
Como hemos señalado, ya desde que asumió el gobierno del Dr. Tabaré Vázquez, la reversión de este panorama, con mayor o menor gradualidad, era solo cuestión de tiempo, sobre todo a partir de señales que se han ido agudizando desde el estallido de la crisis hipotecaria en Estados Unidos. Igualmente, el equipo económico, permeable a las presiones de los sectores corporativos y presa de compromisos y urgencias electorales, hizo caso omiso a las voces que desde varios sectores se han alzado en reclamo de prudencia en el aumento del gasto público, que ha crecido tanto o más que la recaudación.
Pero en esta carrera paralela hay una diferencia sustancial, que condiciona precisamente nuestro futuro: mientras el incremento de la recaudación es de carácter coyuntural, es decir consecuencia de la expansón económica mundial, los compromisos de gastos han sido instalados en forma permanente, con la rigidez que surge por ejemplo de incrementos salariales y otros compromisos que deben cumplirse en cualquier circunstancia.
Por lo tanto las cuentas fiscales pueden más o menos sostenerse, con sangre y sudor de los sectores productivos, mientras haya actividad económica que genere impuestos, que es precisamente el aspecto que presenta mayor incertidumbre en crisis como la que recién se está perfilando para los que sufrirán los coletazos.
Por supuesto, Estados Unidos, Europa, los países asiáticos, están en condiciones de absorber tanto el fuerte impacto inicial como las medidas de reacomodamiento que se aplicarán en los próximos meses, pero la gran duda aparece para países como Uruguay, que dependen del rumbo que adopten las naciones demandantes de materia prima, que son las que dictan las reglas en el comercio mundial, nos venden productos terminados y disponen de la tecnología y recursos financieros para imponer condiciones unilateralmente.
Estas reglas de juego no son una novedad a esta altura, y mucho menos para los técnicos que han estado conduciendo nuestra economía y que sin embargo, con Astori a la cabeza, han reafirmado una y otra vez que nuestro país está a cubierto de estos avatares, por la disponibilidad de reservas, el perfil de endeudamiento, reservas y situación fiscal, entre otros factores. Empero, los deseos que se hacen realidad como por arte de magia son creíbles solo en las películas, y felizmente son pocos los que quieren creer los cuentos de hadas para asimilarlos a la realidad.
El Uruguay va a ser afectado, como prácticamente todos los países del mundo, y lo que es peor, es altamente vulnerable porque no se adoptaron en tiempo y forma acciones que pudieron mitigar la incidencia de estos avatares.
Se siguió gastando como nuevo rico, en lugar de manejar con prudencia el gasto y adoptar medidas contracíclicas que nos pusieran más o menos a cubierto de situaciones como las que están desencadenándose.
Y si bien el nuevo ministro de Economía hace gala de particular tranquilidad, señalando que hasta el 2010 no tendremos por qué preocuparnos desde el punto de vista financiero –un ministro no puede hacer otra cosa que intentar transmitir optimismo a los operadores— también reconoce que la crisis financiera internacional puede afectar nuestra actividad económica.
Pues de eso precisamente se trata: este retroceso también va a impactar sobre la recaudación, en un futuro más o menos inmediato, que puede ser semanas, meses, un año, y va ser un presente griego para el próximo gobierno, del signo que sea, y también para todos los uruguayos, por supuesto.
Es que vivir el momento resulta gratificante, mientras dure, pero no es recomendable como política, aunque la tribuna festeje las «moñas» sin hacer goles, para encontrarse con que luego perdemos por goleada.
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