Paysandú, Sábado 11 de Octubre de 2008
Opinion | 08 Oct Lo que se consigue fácil no se valora. Este principio bien puede aplicarse en nuestro entorno respecto a las plantas y los árboles, que gracias a las características de nuestro clima crecen y se multiplican sin necesidad de mayor intervención humana. Esto no es así en todos lados, y tuvimos la oportunidad de apreciar una situación diametralmente diferente en Mendoza, Argentina, donde debido a su clima continental árido la vegetación natural es escasa y de poco valor ornamental. Sin embargo, la ciudad luce como un muy cuidado jardín, con sus avenidas y calles bajo un techo verde de ramas cruzadas de grandes árboles ubicados estratégicamente a lo largo de cada acera. Asimismo, las casas particulares exhiben hermosos jardines hacia el frente, o aún decoradas por enredaderas que cubren la superficie de las paredes total o parcialmente, resultando un despliegue de color que refresca el alma del visitante. A unos pocos kilómetros del centro, en las afueras de la ciudad, los campos muestran la dura realidad del clima desértico en donde no existe la asistencia del hombre, con terrenos pedregosos casi «pelados» con alguna vegetación achaparrada de cuando en cuando. Entonces uno se pregunta cómo logran los mendo- cinos tal desarrollo de la naturaleza. Y la respuesta está a la vista durante las mañanas, en que cada vecino sale con una manguera o balde a regar los árboles frente a su casa así como dedica tiempo al cuidado de las plantas en general. Por otra parte, es evidente que la población está comprometida con el mantenimiento de los espacios verdes, ya sean públicos o privados. Seguramente esta gente es consciente que si no cuidan lo que tienen, la opción es vivir sumergidos en una urbe de cemento, rodeados de tosca y polvo. En Paysandú, en cambio, donde el pasto crece hasta entre las rajaduras del pavimento, se valora poco y nada el aspecto paisajístico. Los árboles del ornato público son escasos, preferimos la baldosa a que las raíces puedan deformar la vereda, y cuando son plantados los vándalos se encargan de que nunca lleguen a desarrollarse. Sufren las heladas del invierno y las sequías del verano, y muy pocos son los que le acercan un poco de agua, elemento indispensable para su supervivencia.
Asimismo destruimos canteros pisoteando con nuestros automóviles lo que debería ser un manto de césped, que sin embargo insiste en asomarse entre la arena, la tosca y las huellas que dejan los vehículos. Tampoco se aprecia mucho ímpetu por parte del municipio en reponer y aumentar la cantidad de árboles o engalanar los canteros, tímidamente florecidos aún en esta estación. Sería necesario establecer un plan de implantación masivo en toda la ciudad para darle un toque de vida, y las campañas que se realizan actualmente son demasiado conservadoras en número y alcance. Pero para eso hay que cambiar nuestra mentalidad. ¿Será que preferimos la dureza del hormigón antes que el mucho más humano verde del follaje?
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