Paysandú, Domingo 12 de Octubre de 2008
Opinion | 12 Oct El efecto cascada de la crisis financiera internacional, desatada a partir de la debacle de los créditos hipotecarios en Estados Unidos, tiene como característica la realimentación explosiva por la pérdida de confianza, que los gobiernos de las naciones desarrolladas tratan de evitar, fundamentalmente inyectando dinero a la plaza. Lo que nadie sabe a esta altura, y ese es el verdadero problema, es cuán bajo se caerá esta vez y cuánto va a durar la depresión tras la burbuja de bonanza de los últimos años, cuando se especuló en los mercados, se gastó más de lo que se tenía y se llegó a una gran expansión del crédito. Cuando se perfiló la ruptura de esa burbuja, los bancos echaron leña a la hoguera, por temor a la crisis, y se apuraron a intentar recuperar los créditos, lo que precisamente aceleró la debacle, cuando debió hacerse lo contrario.
En este mundo del sálvese quien pueda, los operadores pretendieron cubrirse a tiempo y el proceso resultó irreversible, por lo que con la crisis instalada, debe aguardarse que los mercados alcancen cierta estabilidad para evaluar hasta donde se cayó y recomponer los esquemas.
Siempre que hubo crisis, incluso la devastadora de 1930, el reacomodamiento llegó, pero no sin serias consecuencias para quienes quedaron por el camino y lo perdieron todo. Ello explica la desesperación de muchos que buscan la forma de ponerse a cubierto de ulterioridades, asumiendo que difícilmente alguien salga indemne de la globalización de la crisis, aunque no faltará quien busque la oportunidad en los problemas de los demás.
La baja en el precio de las materias primas y la suba del dólar han sido una consecuencia directa de los temores y la perspectiva de la baja en el consumo, por la retracción natural a tomar decisiones de riesgo en momentos en que la desconfianza y la incertidumbre predominan tanto en los gobiernos como entre los operadores privados y gran parte de la población, que sabe que de una u otra forma la crisis le afectará.
En este esquema no hay lugar para soberbias ni desplantes: el «a nosotros no nos va a tocar», con que han salido públicamente gobernantes de algunos países de la región, incluido el nuestro, resulta inexcusable, salvo que se trate —inútilmente— de apaciguar a los operadores y contener el desgaste de la confianza en la economía.
Y en ese contexto aparece como contradictorio, sobre todo lo que ocurre en la Argentina, cuya presidenta Cristina Fernández —quien se encontraba en la Asamblea Anual de las Naciones Unidas cuando estalló la crisis, con tono admonitorio comentó que los norteamericanos se lo merecían por dictar a otros recetas que no cumplían, a la vez de considerar que su país había hecho los deberes y estaba a salvo de las consecuencias de esta distorsión. Por supuesto que se equivocó de medio a medio en el caso de su país, porque a las pocas horas la debacle se trasladó a la bolsa de Buenos Aires y el precio de los productos de exportación cayó en picada, afectando sobre todo a la soja, que es la fuente de recursos por excelencia para el gobierno del vecino país a través de las detracciones y el reciclaje interno de recursos.
Pero por si había alguna duda de que nadie se escapa a los efectos de la crisis globalizada, el canciller argentino Jorge Taiana inició gestiones para una reunión urgente de ministros del Mercosur, con el objetivo de «analizar la crisis global, coordinar y fijar posiciones frente a la grave situación internacional». Así, apunta a que se convoque a la brevedad a una reunión del Consejo del Mercado Común, que reúne a ministros de Economía y cancilleres, con la expectativa de que «hay que intercambiar opiniones y coordinar y presentar posiciones comunes». Consideró que si bien el efecto inmediato de la crisis tiene lugar en el sector financiero, el rebote tendrá efecto en la economía real, por lo que «los países del Mercosur deben estar preparados para aprovechar las oportunidades».
En realidad, más que oportunidades —que las va a haber, naturalmente— en el Mercosur deberían evaluar la mejor forma de ponerse a cubierto de los vaivenes de la crisis, en su calidad de productores de materia prima, que evidentemente seguirán teniendo demanda tras la retracción inicial, pero que deben superar este golpe durante un tiempo todavía imprevisible.
Y ya que esta vez convocan a una amplia participación en vez de seguir con sus encuentros bilaterales, los representantes de los «grandes» deberían ensayar primero una autocrítica respecto a su política de ningunear a sus vecinos en el bloque, y actuar como tales cuando deciden, sin imponer sus condiciones como han hecho hasta ahora.
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