Paysandú, Sábado 18 de Octubre de 2008
Opinion | 18 Oct Los altibajos en las bolsas mundiales, que pasan de la euforia al desánimo en menos de 24 horas, dan la pauta de que el mundo financiero internacional, y por arrastre la economía, que no puede funcionar sin crédito, atraviesan una crisis de confianza que se asimila, por sus perfiles, a las que padecen las naciones latinoamericanas a lo largo de su historia, en marcado contraste con lo que ocurría hasta hace unos días en el mundo desarrollado.
Y salvando las distancias, las causas del problema tienen puntos de coincidencia: cuando se gasta más de lo que se tiene, llega un momento en que no se puede seguir «pateando la pelota para adelante» y la dura realidad termina haciendo trizas la gran ilusión que se había creado creyendo que esa calesita podía durar para siempre.
En Estados Unidos, donde la crisis hipotecaria fue el desencadenante de los hechos que se suceden, se creó la burbuja de valores que luego explotó y dio lugar al estallido de la hecatombe en los mercados. Naturalmente, el gran problema ahora es la falta de confianza, que no es tan fácil de recuperar cuando se pierde, porque además nadie quiere ser el primero en arriesgarse en un escenario convulsionado, donde evidentemente hacen el mejor negocio los capitales que pagan precios de ruina, esperando que una vez se reacomoden los valores puedan obtenerse pingües ganancias.
La confianza es regenerativa mientras anda todo bien, pero cuando ante el mínimo traspié es a la vez altamente degenerativa y contagiosa, como el rumor que genera la corrida bancaria y el quiebre de un banco que gozaba de buena salud. Pero claro, el problema que se inició en Estados Unidos es mucho más complejo como para atribuirlo a una causa única, aunque podríamos evaluarlo como una desmesurada valorización de bienes y servicios y un consumismo exacerbado que se situó en un supuesto de riqueza que solo existía en los papeles.
Igualmente, la única forma de salir del problema es no ingresar en tremendismos, lo que es fácil de decir pero no de hacer, cuando por reflejo y sentido de autopreservación cada uno busca salvarse como pueda, retacea el gasto y la inversión, y se abstiene de hacer algo esperando para ver qué pasa. La asistencia de la reserva federal de Estados Unidos y de los países europeos para evitar la quiebra de los grandes bancos, incluyendo las compras para nacionalizar parte de estas entidades de intermediación financiera, pone de relieve además que las recetas que recomendaban los organismos internacionales —dominados por las naciones desarrolladas— para el Tercer Mundo, fueron dejadas de lado como si nada cuando el fuego estalló en el rancho propio.
Así, aparecieron los proteccionismos tan denostados, los subsidios y hasta la socialización de las pérdidas, con el Estado como el redentor que pone la casa en orden para empezar de nuevo, siempre y cuando se haya aprendido la lección.
Pero debemos tener presente que los países desarrollados van a salir de ésta, tal vez antes de lo que se piensa, porque su desarrollo, su organización y su idiosincrasia les facilita las cosas, de la misma forma en que se rehicieron de los escombros de las grandes guerras, y porque además ellos mismos pueden poner en marcha su propio Plan Marshall para financiarse. Por otra parte, Estados Unidos es «dueña» de la máquina que imprime los dólares, que es la moneda de referencia, lo que le da cierto grado de maniobrabilidad de la que nosotros carecemos.
El problema en realidad se presenta para países como Uruguay, entre otras naciones latinoamericanas y de otras áreas, que son tomadoras de precios, altamente dependientes y vendedoras de materias primas, y que lamentablemente actuaron como si la bonanza que se dio en el último lustro fuera a durar para siempre.
Así, no pueden sonar convincentes las expresiones de integrantes del equipo económico de gobierno, cuando sostienen que estamos «blindados» financieramente para estas convulsiones. En realidad apenas tendríamos la posibilidad de estirar un año o poco más la manifestación de consecuencias, hasta transcurrida la próxima elección, manteniendo la vieja tesis de tirar la pelota para adelante, porque la actual administración ha gastado y comprometido gasto más de lo que aumentó la recaudación.
Lo que sí nos podría ayudar a capear el temporal, es que el gobierno asuma las responsabilidades que le caben y actúe con la prudencia con que no lo ha hecho, por lo menos ahora que tiene las cartas a la vista, apostando a que el efecto de arrastre nos golpee lo menos posible. Porque el tiempo de la prevención y del «blindaje» ya se fue, y el haberlo dejado pasar indolentemente no nos va a resultar gratis.
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