Locales | 17 Oct Comprometida con su comunidad, podría decirse que casi en cada frase nombra su pueblo natal. Nilba Rodríguez tiene 58 años y en diálogo con EL TELEGRAFO resumió las cosas que la marcaron y que la fortalecieron como parte de una sociedad que le reconoce su trabajo y dedicación. Recordó lo que le inculcaron sus padres, un ama de casa y un policía. Está casada con Heber Fagúndez y son padres de dos hijos, Alejandro (36) y María Elisa (23).
Comenzó su relato rememorando sus primeros años de estudio, en tiempos de túnica blanca y moña azul. Cuenta que «el año anterior a la finalización de ciclo escolar habilitan un liceo, creación del doctor Juan Máximo Dalto —quien se había radicado en la villa para comenzar con su carrera profesional, procedente de Paso de los Toros—, un juez de paz oriundo de Paysandú —que hacía tiempo se había afincado en Tambores— y Rodolfo Estévez, que era gerente en una cooperativa de la zona. Gente que se preguntó en cierto momento ‘¿Qué hacemos con todos esos gurises que terminan la escuela?’. Recuerdo que fue por el año 1963 y resultó un impacto muy fuerte para Tambores, porque ese año un grupo de veinte chiquilines podía comenzar sus estudios secundarios. Se trataba de un liceo libre y honorario, porque los profesores que dictaban las clases no cobraban salarios. Los alumnos, una vez finalizado el año, tenían que rendir exámenes en Tacuarembó», puntualizó la secretaria de la Junta local de Tambores.
«Por supuesto que a los profesores de la mesa de exámenes los veías por primera vez y te preguntaban todo el programa de todas las materias. Nos pasábamos una semana dando las pruebas y cada docente te preguntaba por un espacio de cinco minutos. Si te veían que estabas algo flojo, te daban otra oportunidad. El primer año solo perdí matemáticas, pero al siguiente salvé todo. Hay que ver cómo en estos pueblos se encuentra gente que verdaderamente se involucra, porque estamos hablando de profesionales que tenían que atender sus trabajos y dedicaban tiempo extra a actividades totalmente honorarias. La realidad de aquellos años para quienes vivíamos en un pueblo chico era conseguir un empleo público, casarse y ser ama de casa, o irse a otro lado a buscar otros horizontes. Esa era la historia. No teníamos posibilidades de becas como existen ahora», reflexionó.
«Por aquel entonces queda vacante el puesto de secretario en la Junta local de Tambores, porque quien tenía ese cargo se jubiló. Yo tenía un tío que era presidente de la Junta —que pertenecía al Partido Colorado; recuerdo que el padre de Ramiro Díaz —edil del Partido Nacional— recomendó mi persona al intendente de ese momento que era Oscar Garrasino. Estuve unos tres meses a prueba hasta que me vino el nombramiento. Luego, a los diez años concurso para que me presupuesten y de ahí en más me entregué por completo a mi trabajo. Luego, como toda adolescente y como toda gurisa de pueblo chico, entré de novio a temprana edad. Fue mi primer novio con quien me casé al poco tiempo. Recuerdo que cuando tuve mi primer hijo no utilicé la licencia prenatal, solo pedía unos minutos para poder amamantar al bebé».
También recordó momentos difíciles, como los que le tocó vivir en tiempos que el Partido Nacional tuvo la gestión del gobierno departamental. En tanto, el próximo 3 de noviembre cumple 39 años de carrera municipal. Paralelamente hizo una atractiva experiencia trabajando para el Instituto Nacional de Estadística y Censo. Aseguró que «le permitió crecer en todo sentido», y se manifestó «muy agradecida» a las personas de su entorno laboral. Durante un par de semanas fue nombrada directora interina de Descentralización de la Intendencia de Paysandú, designación que la tomó por sorpresa y por el voto de confianza que significa de parte del doctor Guillermo Caraballo.
Cuando esté jubilada se imagina trabajando junto a las instituciones sociales de su querido Tambores, donde ahora integra la Asociación de Discapacitados y el Banco de Medicamentos.