Paysandú, Miércoles 22 de Octubre de 2008
Opinion | 20 Oct Aunque los economistas no terminan de ponerse de acuerdo, prácticamente existe consenso respecto a que una de las consecuencias inmediatas de la crisis financiera mundial será un reflejo del proteccionismo que durante muchos años siguió practicándose en forma más o menos disimulada, sobre todo en perjuicio de los países exportadores de productos agrícolas.
Y pese a que en los últimos años Uruguay ha podido diversificar sus mercados, no es menos cierto que sigue siendo altamente dependiente de lo que ocurra en los grandes países vecinos, sobre todo teniendo en cuenta que estamos rodeados por las mayores economías del subcontinente.
El problema es que Argentina y Brasil son impredecibles, aunque podríamos decir que este último ha desarrollado una política económica más o menos sensata, y no ha instrumentado un régimen de subsidios indiscriminado como ha puesto en marcha Argentina, al punto de sustentar su tejido económico en una trama desordenada, en la que quitar una pieza llevaría a un efecto cascada de precios y reajustes de todo orden, incluyendo salarios, que no se sabe dónde podría terminar.
La única certeza es que no habrá país de América Latina que esté más o menos libre del sacudón por la crisis, e incluso no va ser fácil determinar a priori cómo repercutirá en cada nación, porque ello dependerá de la fortaleza estructural que tenga y de la forma en que ha actuado durante la bonanza del último quinquenio, es decir si logró destinar recursos a un fondo de reserva para atemperar las crisis que más tarde o más temprano sobrevendrían, como ha hecho Chile.
Lamentablemente para nuestros intereses, vino antes de lo que era de esperar aunque no sin dar señales de sobra durante todo este tiempo. El que no les hizo caso, las desestimó o tenía otras prioridades por motivaciones políticas, seguramente pagará las consecuencias, y su gravedad dependerá mucho del contexto internacional en que cada uno esté ubicado. Bastaba saber que una chuleta en un supermercado de París costaba 23 euros para imaginarse que algo andaba mal, y que algunas cosas estaban sobrevaluadas.
Más allá de las carencias de Uruguay y de que se gastara despreocupadamente todo lo que se recaudó de más, tiene razones para inquietarse y no solo por su situación propia, sino porque la dependencia de los vecinos es un factor de gran incidencia.
Según los analistas internacionales, la mayor inestabilidad la tenemos del lado argentino, y no se necesita ser un experto para inferir que nuestros vecinos siguen inmersos en un escenario económico irreal, debido a que gobiernos como el de los Kirchner han establecido un complejo esquema voluntarista, al punto que está subsidiando en lo interno el precio del petróleo y el gas, así como de los alimentos. Estos subsidios no pueden ser desmantelados de la noche a la mañana sin crear un efecto dominó, y ese es el gran dilema que se presenta ahora.
El consultor internacional Arturo Porzecanski, profesor de Economía de la American University, dijo al diario «El Observador» que a su juicio tanto Brasil como Argentina, si bien difieren en su forma, impulsan una serie de políticas con el objetivo común de protegerse frente a los efectos de una crisis cada vez más cercana. Evaluó que «yo me preocuparía más por Argentina, el flanco débil de Uruguay», teniendo en cuenta las crecientes dificultades que enfrentará el gobierno de Cristina Kirchner para cumplir con los vencimientos de deuda en 2009, y subrayó que en un contexto en que los capitales huyen del riesgo, pesan cada día más los 30.000 millones de dólares en default con los que aún carga Argentina.
Coincidiendo con Porzecanski, la analista de Pricewaterhouse y Coopers, Mercedes Comas, evaluó que el problema potencial para Uruguay está concentrado en la vecina orilla, teniendo en cuenta que «su modelo económico estaba basado en altos precios de exportación, que hoy no son tales», y que el gobierno de Buenos Aires ha tenido la respuesta inmediata de anunciar medidas tendientes a proteger a los sectores industriales frente a las importaciones.
Lo cierto es que todo lo anterior nos preocuparía mucho menos si el gobierno uruguayo hubiera aplicado una política económica anticíclica. Lamentablemente no lo hizo y así quedamos expuestos a esta inestabilidad, con un margen de maniobra muy estrecho, pese a que prominentes figuras del gobierno sostengan lo contrario.
Todos anhelamos que la sangre no llegue al río, pero debemos asumir que si no lo hace no es precisamente porque se haya actuado racionalmente, sino porque hasta en la economía, que las cosas salgan mejor o peor también dependen de la suerte. Ojalá nos acompañe esta vez.
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