Paysandú, Jueves 23 de Octubre de 2008
Locales | 17 Oct Las escaramuzas futboleras de campaña son algo que los fines de semana los gurises esperan ansiosos, aunque más no sea para transformarse por momentos en los héroes de la jornada. El sueño del botija de potrero cobra vida y cada uno imagina cuál será el artilugio a emplear para desbaratar cualquier estrategia defensiva del rival.
Se trata de una simple carrera detrás de una pelota y de dar rienda suelta a la diversión infantil y aunque los gritos de los mayores enrojezcan sus gargantas, los niños no alcanzan a sintonizar la frecuencia de padres, madres, tíos, hermanos mayores y abuelos que, desde la raya del campito, pretenden dirigir cada vez que el gurí toma contacto con la pelota.
Ese domingo tuve el privilegio de asistir a uno de esos partidos del fútbol chacarero y recoger algunas imágenes dignas de ser relatadas. Traté de encontrar un lugar que me permitiera una cómoda visibilidad, y allí me instalé. Un pequeño desnivel en el terreno recreaba una especie de tribuna natural, en la que un puñado de familiares ya había tomado ubicación. La euforia colectiva de los espectadores cobraba más protagonismo que el que podían tener los pequeños actores en la cancha. Poco importaba si era de alpargatas, descalzos, con deportivos o de mocasines… ¡se trataba de divertirse!
De pronto se descolgó una lluvia intensa y no advertí que alguien se moviera del lugar. Por el contrario, como resumió la frase de un padre, «ahora sí se puso lindo». Intenté cubrirme como pude con un abrigo que llevaba, porque en verdad aquel hombre tenía razón: todo se hizo más intenso.
El agua anegó rápidamente el terreno y transformó la arena de aquel improvisado coliseo futbolístico en una pista de patín. La diversión cobró mayor dimensión, cuando de pronto un fornido y veloz puntero comenzó a devorar metros por su carril dejando el tendal de marcadores que le salían al cruce intentando frenarlo, pero la astucia, picardía y esa habilidad propia del que ya tiene unos cuantos potreros bajo sus pies fue mucho más efectiva. Mientras los rivales no llegaban a destino porque iban quedando tendidos y fundidos en el barro, el hábil futbolista levantó la cabeza, miró la escena y observó el ingreso fugaz del centro delantero que pedía a gritos que le sirviera el centro, en el corazón del área.
El arquerito fue retrocediendo, imaginando la inmediata sentencia. La jugada se consumó, el delantero la calzó como venía y la transformó en un imponente proyectil que finalmente detuvo la red, que se infló y provocó el delirio general con los pulmones cargados de aire y las bocas llenas del grito más sagrado que este deporte puede regalar: ¡goooooooool! R.J.C.
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