Paysandú, Viernes 31 de Octubre de 2008
Opinion | 24 Oct Para tranquilizar a los jubilados la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner no tuvo mejor idea que estatizar los fondos de las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP), similares a nuestras AFAP, y de paso ingresar a la caja del Estado nada menos que 30.000 millones de dólares de las aseguradoras privadas.
El procedimiento es más o menos como encerrar al lobo en el corral para tranquilizar a las ovejas, que se asustarían con el depredador merodeando. Es decir que lejos de ser un elemento tranquilizador, la decisión ha puesto los pelos de punta a toda la Argentina, y la respuesta inmediata fue una abrupta caída de la bolsa, la suba inmediata del índice de «riesgo país» y la caída de valores en el mercado internacional de las empresas que invierten en la vecina nación.
Claro, estamos haciendo referencia nada menos que a 30.000 millones de dólares que resultaban intocables para el gobierno… hasta que las cosas se complicaran, y la crisis financiera internacional ha sido el detonante para que un Poder Ejecutivo que tiene debilidad por el autoritarismo decidiera violar las reglas de juego que dieron lugar a la instauración de los fondos, como si fuera una cosa menor. En realidad esto no sorprende a nadie que tenga un mínimo de memoria sobre la historia reciente de este país, que en sus últimas crisis económicas no tuvo prurito en apropiarse del dinero de sus ciudadanos que estaba depositado en los bancos.
Y para quienes no tienen demasiados reparos para no respetar el estado de derecho ni la estabilidad jurídica, esta oportunidad era inmejorable, con el argumento que creyeron ideal, para apropiarse de este dinero y «dar tranquilidad» a los pensionados. La incertidumbre internacional que se trasladó a todos los países fue utilizada como fundamento por Cristina Fernández en esta oportunidad, al señalar que primó el énfasis en la defensa de los trabajadores debido a la caída de los activos financieros en que están invertidos los fondos de las AFJP.
La presidenta del vecino país se basó en un efecto coyuntural para adoptar una decisión permanente. Con el sistema entre ojos desde hace tiempo, y la inmejorable oportunidad de hacerse de 30.000 millones de dólares de un zarpazo, para un gobierno que necesita recursos a toda costa, se generó la masa crítica que la llevó a aprovechar para borrar de un plumazo el sistema de cuentas personales, al que siempre cuestionó, y menospreciar el hecho de que en sus catorce años de vida ese sistema de ahorro tuviera una rentabilidad anual del 8% en términos reales, según datos de la Superintendencia de Ahorro Provisional.
Y en este colmo del delirio, los fundamentos de la decisión presidencial dejan de lado que los títulos desvalorizados de las AFJP son precisamente en gran parte bonos del propio gobierno argentino. Estas menudencias pautan que estamos ante una medida desesperada de un Poder Ejecutivo agobiado por la falta de crédito externo y fuertes vencimientos de deuda en el corto plazo, a lo que se agrega que la depreciación de las materias primas en las que se basa su exportación provocará una sensible caída en los ingresos por detracciones que aplica a los agricultores para sostener su inmenso gasto público, incluyendo los subsidios que sostienen la economía.
Esta evaluación negativa también ha calado hondo en el tejido económico, social y financiero de Argentina, por lo que menos aún tranquiliza la justificación presidencial de que «cuando hay pérdidas, aparece el Estado» y que «hemos acudido en socorro de nuestros jubilados», cuando muy suelta de cuerpo afirmó que el sistema privado era un «despojo», como la medida que minutos antes anunciara fuera un acto de justicia divina.
Pero ya muy pocos se lo creen, al punto que la crisis de confianza se ha trasladado a todos los estratos y actividades del vecino país, donde existe prácticamente consenso respecto a que se trata lisa y llanamente de una expropiación para hacer frente al pago de la deuda y otros gastos. Es que hace semanas que los expertos analizan las dificultades de financiación debido al descenso en los precios de la soja y el petróleo, dos de los principales capítulos por los que el gobierno argentino obtiene fondos a través de los impuestos, y el agujero es demasiado grande como para ignorarlo y apostar a que de algún lado va a salir la plata.
El dinero apareció ahora por esta maniobra y se nos ocurre que ese intento es como sacar ladrillos de una pared para levantar otra, apostando a que mientras no se caiga el techo. Los milagros en economía no existen, salvo que se logre reeditar el suceso bíblico de la multiplicación de los panes y de los peces.
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