Paysandú, Sábado 01 de Noviembre de 2008
Locales | 31 Oct Tropear desafiando al clima es una de las características del hombre de campo. Y si bien los nuevos tiempos lo alejan velozmente de ciertas actividades, aún sobreviven los oficios que los más veteranos se han ingeniado en transmitir de generación tras generación. Así encontramos al alambrador, al esquilador, al tropero y al domador. Su permanente desafío es mostrar destreza, valentía y dedicación y asegurarle a quien lo contrata cuán efectivo es en aquello que sabe hacer.
El protagonista de esta historia es uno de esos tantos paisanos que está convencido en lo imperioso de no dejar morir una tradición, la que pretende conservar y perpetuar, peleando por los valores que le inculcaron sus mayores hace un buen tiempo.
Luis Jorge nació en los cerros de Vera —departamento de Salto— tiene 42 años de edad, está casado y es padre de dos hijas. Su sonrisa apretada muestra a una persona amable, pero reservada. Según cuenta, se crió en tiempos en los que su madre era cocinera en una estancia y concurría a la escuela a caballo. Desde pequeño se mostró muy atraído por las actividades ecuestres, que con el paso de los años también le dieron un oficio. «Así fue que cierto día, siendo ya un muchacho, el patrón de la estancia me preguntó si no me gustaba domar. Le dije que sí y me mandó con Inocencio Duré, un hombre oriundo de Paysandú, para aprender el oficio. Comencé a andar con él de una estancia a la otra y cuando me vio que ya dominaba el trabajo solo, me largó por cuenta propia. Por supuesto que no me resultó nada difícil, ya que desde chico siempre estuve vinculado a estas actividades».
Con el pasar de los años pudo hacerse de su propio capital. «Los patrones que fui teniendo en vez de pagarme con efectivo me pagaban con caballos y eso me permitió formar, poco a poco, mi propia tropilla. La tropilla se llama Los Horneros. Recuerdo que los primeros caballos que tuve fue cuando estaba en la estancia ‘La Calera’, de Santayana, pero ahora continúo con Souza. Tuve mucha suerte de andar con muchos caballos, hasta cien animales durante un año en varias estancias». Las oportunidades laborales también lo han llevado a ser capataz en algunos ruedos criollos, ocasiones que le sirvieron para reafirmar la importancia y responsabilidad que demanda la tarea, por los riesgos que se corren durante la doma.
En otro orden destacó ciertos momentos que la gente del campo tiene para confraternizar, «como los encuentros criollos y los festivales, los que en cierta forma fortalecen a la familia rural. Se puede elegir a una institución para hacer un beneficio, por ejemplo para una escuela, y eso es muy importante para las comunidades de la campaña», sostuvo.
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