Paysandú, Miércoles 05 de Noviembre de 2008
Opinion | 31 Oct En los últimos días, la Comisión Departamental Honoraria del Discapacitado entregó a discapacitados motrices de Paysandú once sillas de ruedas donadas por la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, de Estados Unidos. Se trata de sillas estándar, donadas hace dos años, pero que recién llegan a los destinatarios debido a trámites e inconvenientes burocráticos.
«Estuvimos casi un año luchando para que las sillas llegaran a Paysandú, pero los trámites son impresionantes. La comisión departamental no tiene los medios económicos para pagar absolutamente nada, aunque sí la comisión nacional; sin embargo, no se hizo cargo de los gastos», dijo Selva Iglesias, ex presidenta de la comisión departamental, en cuyo período se realizó la solicitud de donación. La frase denota angustia y genera impotencia, que como ciudadanos con derechos deberíamos transformar en rebeldía manifiesta.
Según consta en la página web del Ministerio de Salud Pública, el 27 de febrero de 2008 la Comisión Honoraria Nacional del Discapacitado recibió las 500 sillas de ruedas donadas por el citado grupo religioso. En ese momento, en un acto público del que participaron las máximas jerarquías ministeriales, se declaró enfáticamente que «la cooperación tiene como fin principal mejorar las condiciones de vida de los pueblos» y que las 500 sillas tenían «como destino 500 hogares humildes a lo largo y ancho del país». Sin embargo, para recorrer los 380 kilómetros de distancia existentes entre Montevideo y Paysandú fueron necesarios ocho meses.
No se puede acusar de suspicaz a quien considere que, realmente, el interés inclusivo sigue siendo un discurso que suena bonito y reúne votos. «Hay que serlo y parecerlo», dice el dicho; por lo que, para demostrar que existe un interés real de que los elementos —sillas u otros— lleguen a quienes los necesitan, la única forma es acercárselos.
En Uruguay, unas 210.400 personas son discapacitadas y de ellas el 31,3% — alrededor de 65.800— tienen dificultades para caminar o movilizarse. Como se podrá concluir, son muchas personas pobres las que aguardan por una silla. Un elemento que tal vez esté disponible, pero que quizás nunca le llegue. Aunque tenga paciencia para esperar.
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