Paysandú, Miércoles 05 de Noviembre de 2008
Locales | 31 Oct Gritos, aplausos y el clamor popular, puños en alto y el clásico revoleo del poncho son ingredientes de la vuelta de honor que en el ruedo criollo recibe el protagonista como aprobación del público. Mezcla extraña de ídolo momentáneo y paisano de carne y huesos, ese instante seguramente alimenta la mayor parte de los comentarios de la semana en el entorno laboral y familiar del aparcero.
El jinete bien sabe que precisa ese reconocimiento de la tribuna a cambio de su entrega. Esa vuelta al ruedo con la bandera flameando y el pecho henchido de orgullo es parte de la recompensa. Mientras el corcovo y el relincho quedan momentáneamente en la memoria de los espectadores, por la red de altoparlantes resuena nombre del héroe de la jornada. El domador, orgulloso de su actuación, sonríe al pasar cerca del alambrado que lo separa de la gente en torno al ruedo. No son muchos los espectáculos en que se pueden apreciar las condiciones del hombre y del animal.
El potro, saltando y arqueándose, deja en claro sus ganas de seguir siendo libre, mientras con astucia y destreza el jinete intenta dominar la situación, despertando el asombro de quienes siguen atentos el desarrollo de la escena.
Transformar ese momento en único dependerá de la plasticidad, dominio y bravura del domador, quien deberá mantenerse arriba del caballo hasta que la campana anuncie a los apadrinadores que tienen que correr a rescatarlo. Mientras, el público se pondrá de pie y responderá eufórico a tan extraordinaria entrega.
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