Opinion | 04 Nov El respeto a la señales de tránsito, norma elemental para circular con seguridad por la vía pública, debería ser una conducta habitual entre quienes conducimos vehículos o somos peatones. Sin embargo, diariamente podemos comprobar cómo y cuánto se viola esa premisa básica de la convivencia ciudadana.
No dar preferencia al peatón en las esquinas, que éstos crucen en cualquier punto de la cuadra y no donde deben hacerlo, doblar en U, estacionar en doble fila o no respetar la preferencia o las cebras son infracciones de tránsito tan comunes que a nadie sorprende verlas.
Por eso, cualquier especulación teórica sobre ellas seguramente se verá superada en la realidad de cada día. Basta salir a la calle para ver ejemplos de lo que no se debe hacer. Otro tema es el desconocimiento que tienen muchos conductores respecto a algunas cuestiones básicas de tránsito y conducción. La educación vial es una materia pendiente en el país puesto que existe un gran desconocimiento de normas y bueno es que las jóvenes generaciones comiencen su aprendizaje desde la infancia. No obstante, mucho tiempo se ha perdido en este sentido y hace rato que el problema está en las calles.
Mientras quienes constituimos el tránsito no tomemos verdadera conciencia de las responsabilidades que nos competen, será difícil que cambien las cosas.
Sumado a esto, la nueva legislación vigente en materia de tránsito ha instalado con carácter obligatorio el uso de ciertos elementos de seguridad —como el cinturón de seguridad y el casco— con los que no siempre se cumple y, a juzgar por lo que se puede ver en las calles, tampoco se controla lo suficientemente bien.
A modo de ejemplo basta decir que luego de las nueve o diez de la noche es posible ver en el centro muchos motociclistas sin casco y lo mismo los fines de semana en lugares de esparcimiento público, como la costa del río Uruguay.
En este sentido, la ley nacional de tránsito establece responsabilidades importantes sobre dos sectores de la sociedad: quienes constituyen el tránsito y quienes lo controlan. Y, por lo menos en Paysandú, ambos necesitan un mayor grado de compromiso y efectividad.