Paysandú, Domingo 09 de Noviembre de 2008

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Locales | 09 Nov La reflexión tras la tragedia
El pasado fin de semana dos graves accidentes de tránsito fueron nuevamente tema de discusión y reflexión en Paysandú, tras lo ocurrido el viernes y sábado con un motociclista y un carro tirado por un caballo como protagonistas en el primer caso, y un automóvil que se estrelló contra un árbol en el segundo. En uno y otro caso el resultado fue de un lesionado de gravedad, aunque sin dudas el saldo pudo haber sido mucho peor dado que en el automóvil —donde también hubo otros heridos de cierta entidad— viajaban siete personas, todas ellas menores.
Si bien se trata de «siniestros» como le gusta decir a la Unidad de Seguridad Vial, dado que salta a la vista que tomando ciertas precauciones hubieran sido evitables, sería bueno que dicho organismo tuviera al menos la inquietud de analizar en pro- fundidad los casos que, como estos, son moneda corriente en las calles del Interior urbano, de forma de adecuar las normas de seguridad que dicta a la realidad de nuestro tránsito y no en base a las estadísticas y resultados de experimentos realizados en países que sufren problemas completamente diferentes a los nuestros. Para sacar conclusiones válidas, también es imprescindible determinar las causas exactas de un siniestro, en base a un peritaje exhaustivo en el lugar y en el momento inmediato posterior a aquel en que se produjo.
Pero aún si ser peritos, hay ciertos aspectos que estamos en condiciones de analizar en cada uno de estos dos casos, que impactan por sus consecuencias para las partes involucradas. Respecto al choque entre un carro y una motocicleta, una vez más queda en evidencia que el pavimento es más duro que la cabeza. El casco protector pudiera haber sido de mucha ayuda, pero en Paysandú existe la creencia popular de que «si tengo cuidado, a mí no me va a pasar», por lo que no es de extrañar que el infortunado no lo llevara puesto. Pero en este caso hay culpas compartidas, como suele suceder cuando hay más de una parte involucrada, dado que ni el carro ni la moto tenían luz reglamentaria, imprescindible para ver y ser vistos en la oscuridad. Así las cosas, podría concluirse sin mucho margen de error que se trata de un caso de negligencia de los dos conductores. En cambio, el caso del solitario automóvil que se estrella contra un estático palo borracho es diferente, y da para varias lecturas que podrían resolverse con el mencionado peritaje. El propio conductor reconoció un moderado exceso de velocidad, pero con dar un vistazo al lugar del impacto es evidente que eso por sí solo no alcanza para provocar el incidente. «Algo se atravesó» por lo que hubo de efectuar una maniobra evasiva... Esa podría ser una explicación, pero a esa velocidad, que puede parecer tan excesiva, en realidad considerando la buena visibilidad en la zona y la ausencia casi total de obstáculos y tránsito a la hora señalada, así como la amplitud de la calzada, permitiría controlar el vehículo con una considerable seguridad hasta su detención o en su defecto, un impacto menor. Ciertamente eso sería posible si no fuera por el exceso de carga que llevaba, que más allá de la infracción por transportar 7 personas cuando está autorizado para 5 como máximo, resta espacio y comodidad al conductor para efectuar las maniobras necesarias además de desestabilizar el automóvil. Una vez contra los troncos, el infortunado automóvil muestra serios desperfectos mecánicos, entre ellos el volante deformado por el impacto del cuerpo del conductor, así como los asientos delanteros impulsados hacia adelante por el peso de los ocupantes de atrás.
Si bien esta vez el alcohol no fue protagonista en ninguno de los dos accidentes mencionados, quedan varias preguntas sin resolver que un experto dilucidaría fácilmente. Por ejemplo: ¿Alguien llevaba puesto el cinturón de seguridad? Si así fuera, ¿por qué tanto el volante como los asientos presentaban tales deformaciones?
¿Estaba accionado el freno de mano? ¿Corresponde tal destrozo y consecuencias físicas de los ocupantes a un impacto a la velocidad mencionada, teniendo en cuenta las huellas de frenado en el pavimento? ¿Estas huellas registran un frenado parejo en las cuatro ruedas o son producto del «derrape»?
¿En qué estado se encontraban las cubiertas del vehículo? ¿Estaba capacitado el conductor para enfrentar una situación así o los exámenes para obtener la licencia no tienen en cuenta esta posibilidad? Para la UNASEV, todo esto es circunstancial y en definitiva se trata solo de un número más en la estadística. También lo es que la mayoría de los siniestros sucedan por no respetar preferencias; por circular a temerarios excesos de velocidad; por no contar con luces en la noche que es cuando realmente son imprescindibles; por conducir bajo un verdadero exceso de alcohol (y no con un vaso de cerveza encima); por las trampas que encierran nuestras calles, como pedregullo y arena acumulados en las esquinas o la injustificada rotonda de Bulevar Artigas y Estefanell, que resulta invisible y atraviesa la senda vehicular; por los perros sueltos que se cruzan delante de las motos, etcétera, etc. Mientras tanto, se imponen normas importadas de países nórdicos, como la obligatoriedad de encender la luz corta en horas diurnas, o el uso de cinturones de seguridad en asientos traseros que aún en accidentes tan violentos como el que se produjo el pasado fin de semana, no sirven para cambiar los resultados. En definitiva se hace una parodia de lo que debería ser un cuerpo serio para el análisis de nuestros problemas en el tránsito, mientras desperdiciamos una oportunidad única para resolverlos. Bien intencionado


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