Paysandú, Sábado 15 de Noviembre de 2008
Locales | 09 Nov Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos - Bastante antes de la medianoche del pasado martes se hizo claro que los ciudadanos de Estados Unidos habían elegido a Barack Obama como el próximo Presidente. Y el primero en reconocerlo fue su contrincante, John McCain.
De pronto, las cadenas de televisión dejaron de preocuparse por los votos electorales de cada Estado y se concentraron en el momento histórico. La reencarnación de Martin Luther King había finalmente cumplido parte de aquel sueño: un afroamericano llegaba a la Casa Blanca. El camino había sido largo y sinuoso, pero Obama tuvo la suficiente inteligencia para enviar el mensaje que los electores esperaban. Siempre consideró los temas del momento, siempre fue optimista, siempre habló de unidad y siempre se expresó a favor, no en contra.
Uno de los aspectos más sorprendentes del triunfo de Obama fue que lo hizo con el apoyo de las minorías: el 95 % de los afroamericanos, el 67% de los hispanos y el 66% de los jóvenes menores de 30 años. En contraste, los gringos blancos lo apoyaron en un 43%. De pronto, en esta nación súper poderosa los oprimidos, los desheredados hicieron valer el simple instrumento del voto para elegir por sí mismos el líder que los represente. Obama obtuvo 337 votos electorales, cuando solamente necesitaba 267. Pero hubiera logrado muchísimos más si en lugar de 9 millones de hispanos hubieran podido votar todos los mayores de 18 años de los alrededor de 50 millones que residimos en este país.
Los electores expresaron varias interesantes ideas a través del voto. En primer lugar eligieron a un dirigente, no a un partido político. Al mismo tiempo, rechazaron a otro que no solamente equivocó el mensaje, sino que se encuentra demasiado maduro para afrontar el desafío. También votaron contra el temor a que Sarah Palin accediera a presidencia en caso de fallecimiento de McCain. Y rechazaron la figura de la ex candidata a la vicepresidencia, que en forma constante y permanente equivocó la forma de hacer campaña. Pero lo más importante, independientemente del color de la piel, las minorías (y menos de la mitad de los gringos blancos) votaron para quitarse las esposas del desempleo (este año se perdieron 1.2 millones de empleos, la mitad solamente en los últimos tres meses), por caminar sin las cadenas de la falta de oportunidades y para abandonar la isla solitaria, plena de necesidades, en una nación que aún es un inmenso océano de prosperidad material. Palabras similares a las expresadas en agosto de 1963 por Martin Luther King.
Negros, latinos y jóvenes de todo color se unieron en un tsunami arrollador de esperanza, fe y confianza en un líder atípico, especialmente en este país. Antes que votar por un partido, lo hicieron por una persona, aquella en la que confían; aunque cada día los diarios traigan noticias más desalentadoras, con más desempleo, enormes pérdidas empresariales y financieras, y severos problemas para los gobiernos estatales y municipales.
En su primera conferencia de prensa como Presidente electo, Obama aseguró que su prioridad principal será nivelar la economía y pidió a la actual administración otro urgente paquete de ayuda para las familias. Pero quizás la noticia más preocupante en estos días fue el anuncio de los severos problemas por los que atraviesa la poderosa General Motors, que podría ir a la quiebra a mediados del año entrante, a menos que el gobierno federal le otorgue una ayuda de emergencia. La desaparición de este gigante no solamente afectaría a sus miles de empleados directos, sino a literalmente millones de empleos en empresas proveedoras, automotoras y pequeños comercios. Y la poderosa Ford también atraviesa problemas. Lo mismo que muchas otras empresas grandes, medianas y pequeñas.
Y aun así, hay esperanza, hay fe. Una nueva era está por comenzar: la era Obama. La voz de las minorías fue más fuerte que la de los conservadores blancos, pero la verdadera batalla por prosperidad para todos está por comenzar. No será fácil y no solamente por la economía, sino porque el poder y el dinero sigue en manos de unos pocos: la minoría de élite. Asimismo, Barack Obama se encuentra en un momento histórico particularmente interesante, para él mismo y para su partido político. De su éxito o fracaso depende el futuro de los demócratas. Los republicanos ya aprendieron la lección y están estructurando estrategias para recuperar el voto hispano. Y estarán al acecho.
La nación vive una recesión que amenaza convertirse en una severa crisis económica.
El pueblo ha elegido como su líder a un negro, pagando en parte el cheque emitido por «los arquitectos de la República», prometiendo que todos tenían los mismos derechos «a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad», como expresara Luther King en aquel histórico discurso.
El mundo le ha otorgado confianza y lo ha recibido con esperanza.
Nada será sencillo, pero la historia ha escrito sus mejores páginas en épocas de aflicción y de hombres y mujeres audaces, creativos e inspirados.
Es tiempo de esperanza en Estados Unidos. Azul color esperanza. Como el que distingue al Partido Demócrata.
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