Paysandú, Lunes 17 de Noviembre de 2008
Locales | 12 Nov Racionalidad para las rutas uruguayas
Sobre la banquina del kilómetro 130 de Ruta 3, a nivel del suelo un cartel sorprende al viajero indicando una velocidad máxima permitida de 45 kilómetros por hora. Mil metros más adelante existe una pronunciada curva a la derecha que un conductor experimentado puede perfectamente superar a 145 Km./h sin mayores dificultades, y una abuelita que padezca cataratas lo haría a 100 mediante una leve corrección en el volante.
Un kilómetro más adelante, un nuevo letrero autoriza alcanzar los 110 Km./h. Sin embargo entre el primer indicador y este último, no se percibe ningún obstáculo, ya sea una concentración de pozos, una escuela, un centro poblado o cualquier otro.
Siguiendo nuestro recorrido hacia Montevideo, ya cerca de la ciudad de San José y próximo al mojón 112, otra placa sobre la banquina indica una tolerancia de hasta 60 Km./h, en una zona donde el pavimento está en las mejores condiciones, y lo más destacado es una curva no muy cerrada hacia la derecha e inmediatamente después una escuela rural.
En la misma zona pero en recorrido inverso, sobre el kilómetro 129 un indicador de grandes dimensiones advierte claramente «Próximos 5 kilómetros: 100 Km./h», aunque en franca contradicción apenas unos 400 metros más hacia el norte otro indica 60 kilómetros hora ante la proximidad de un parador que concentra gran cantidad de camiones, ubicado en las inmediaciones del arroyo Chamizo.
En el primer ejemplo que cito resulta evidente para el viajero frecuente que el indicador fue olvidado por alguna empresa que trabajó en el mantenimiento del pavimento, aunque impone la duda de si corresponde respetarlo o ignorarlo.
Todos los demás son claros ejemplos de las dificultades que enfrenta quien pretenda obedecer las normas de circulación. Es de suponer que existe una lógica detrás de los límites de velocidad en cada tramo de la carretera, pero lo paradójico más allá de las contradicciones entre los letreros es la diferencia de criterios dentro del territorio nacional para establecerlos.
En ciertos puntos de la rambla de Montevideo, infinitamente más poblada y transitada que cualquier ruta nacional, se permite circular hasta a 75 kilómetros por hora, mientras que en la más desolada carretera se reduce el límite a 60 tan solo por la presencia de una escuela. Tampoco sería incorrecto si dicho límite fuera exclusivamente establecido durante el horario de entrada o salida de los alumnos, pero el celo del ingeniero vial dispuso que los carteles estén allí permanentemente, con pintura reflectiva, cosa que nadie deje de verla aún en la madrugada.
Más absurdos todavía resultan aquellos que se instalan para la reparación de la ruta, que suelen restringir por kilómetros la velocidad máxima a menos de 25 en la hora. Como es obvio, nadie los respeta por lo que todos estamos en la categoría de infractores, algo así como un peldaño antes que los delincuentes.
Pero la raíz del problema no está en los conductores, sino en la norma. Porque para que sea respetada debe ser, en primer lugar, racional. Y es ahí donde se percibe la mayor fisura. Cuando el 90% de tráfico circula sin problemas a determinada velocidad, probablemente sea seguro instrumentar ese límite; son muy pocos los energúmenos dispuestos a arriesgar su vida en una loca carrera en solitario, y en todo caso es a éstos a los que hay que controlar.
Hoy contamos con una herramienta válida para solucionar estos problemas, que hace tan solo un año no existía. Es la Unidad Nacional de Seguridad Vial. Que tiene la potestad de sugerir la revisión de los carteles de la ruta para que sean coherentes en todo el país.
Los argumentos que son válidos para avenida Italia en Montevideo también deben serlo para el paraje más alejado del Interior profundo, y deben guardar relación en función de los riesgos que implica determinada acción del conductor. Viajero frecuente.
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