Paysandú, Martes 18 de Noviembre de 2008
Locales | 16 Nov Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos - ¿Alguna vez Uruguay querrá «subirse» al mundo? ¿O preferirá ad-eternum quedarse al costado, relegado, mirando pasar la vida más peor que mejor? Sin dudas me apresuro a aclarar (sin echarle agua a la leche) que claramente hay muchos compatriotas deseosos de progreso, de hacer realidad la llegada del Siglo XXI, que ocurrió ya hace casi nueve años. Pero, al leer algunas noticias publicadas por EL TELÉGRAFO, también queda claro que muchos otros no han abandonado todavía la prehistoria. ¿En qué cabeza cabe protestar contra el uso obligatorio del casco protector para motociclistas? ¿Hasta cuándo deberemos seguir soportando este tipo de atentados al buen vivir?
En Uruguay crece dramáticamente la tasa de suicidios. Y muchos potenciales suicidas desfilarán hoy mismo por 18 de Julio, en demanda de una libertad que nada tiene de libre. ¿Cómo pueden las neuronas llevarse tan mal como para tolerar la idea de que el uso del casco protector debe ser algo optativo? Pues chico, como dicen los cubanos por aquí, solamente falta que pidan que sea optativo el uso del sistema de frenos. Total, cada cual es libre de bajarse de la moto como se le cante, dirían los defensores sin defensa.
La libertad, dear friends, no es hacer lo que se nos viene en gana; es hacer lo que se debe hacer. Simple y sencillamente, tener la capacidad para tomar en libertad las mejores decisiones. Que sí, que uno está lejos, que tomó la opción de venirse, que fue «cobarde», que salió «juyendo» (como dicen los boricuas), que esto, que lo otro, que bla, que ble, que blu. Pero nada de eso puede quitar la desazón del alma.
Profundamente uruguayo, hasta el tuétano duele comprobar el desbarajuste que algunos compatriotas tienen en el marote. Al punto de no querer protegerlo. En el mundo que hace rato transita por el Siglo XXI, nadie se atreve al ridículo de protestar contra el uso de las medidas de seguridad en vehículos, sean casco protector, cinturón en todos los asientos o controles anuales del estado del rodado para poder continuar haciendo uso del sistema publico de carreteras, caminos y calles.
En realidad, como en el mundo en serio se sabe con certeza que lo más caro es el tiempo, nadie está dispuesto a perderlo. Por aquí, ahora mismo, la mitad de los californianos protestan para que se reconozca la posibilidad de matrimonios entre homosexuales. Pero cada vez que se suben al auto, lo primero que hacen es ajustarse el cinturón. Se juegan la vida por las cosas en que creen, pero no juegan a la ruleta rusa en cada esquina: «en esta esquina me salvo, en la que viene también, en la otra ¡cataplum!» En Paysandú parece que sobra tanto el tiempo, que hasta hay quienes integran un grupo de protesta contra la defensa de la vida. Vaya locura. Y tristeza. Porque aunque lejos, aunque uno salió del país porque quiso, cuánto orgullo sentiría si pudiera leer noticias de progreso, empuje, renovación, transformación. Y que sí, que muchos sanduceros están dispuestos a su mejor esfuerzo en ese sentido. Lástima que hay otros que todavía aparecen varados en aquella época previa al Homo Sapiens.
Sí, la historia del inmigrante pasa en otro país, en otra realidad, luchando otras batallas, mejor y peor que en el paisito. Pero también pasa por lo que allá sucede. Los goles del equipo se siguen gritando con el mismo fervor, los desbarajustes de algunos políticos alimentan la úlcera, las conquistas de la sociedad alegran el alma. Y los desatinos de algunos sectores hacen innecesaria la calefacción en estos días fríos.
Qué loco. ¿Y todavía hay quienes están dispuestos a gritar? «Ave, Caesar, morituri te salutant». Salve César, los que vamos a morir te saludan. Y no por cabeza dura. Por cabeza blanda. Bien blanda.
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